Una vez en séptimo grado -en el recreo del mediodía que era más largo- creo que le mandé una carta en una de esas hojitas de Hello Kitty con calcamonías en la que le preguntaba si quería ser mi mejor amiga. Me mandó otra con estrellitas de Little Twin Stars en la que me contestaba que sí,
que dale. Creo que desde ese día quedamos así, mejores amigas. Terminamos el colegio, se fue a Syracuse, volvíó, se volvió a ir, puse el DNI de testigo, fui la madrina de su primera hija mujer, algunas veces nos gritamos, otras veces lloramos como dos perras y hoy pidió reserva para dos en Libélula y nos sentamos a comer juntas,
solas.
Miro el reloj de mi Blackberry que me informa que hace 4 horas que hablamos y para variar ni me doy cuenta. A veces S me pregunta como si yo fuese el Oráculo de Delfos, una suerte de pitonisa defectuosa.
-Sabés lo que me pasa, me doy cuenta que cuando era diminuta, 8, 9 años te digo, eh, estaba regenteando una casa o yo me comía ese trip; me estaba ocupando de cosas que hoy a los 38 me darían pánico.
Le cuento de esa época como si ella no supiera, como si no hubiese estado al lado mío, salvo que en esa época no hablábamos de lo que estaba pasando, vivíamos.
-Pero no te lo digo con tristeza, eh, ni en pedo, ojo, no es mi look, es registro más que nada. Darme cuenta nomás. Y ahora me encuentro con que tengo razonamientos de teenager, boluda, que no dan. Como que fui muy sabia demasiado rápido y después lo fui perdiendo.
Es algo más o menos así; crecer de golpe y después quedarte clueless con la que te toca. Si hay algo que tengo claro, es que no la tengo nada clara y está buenísimo.
S se pide un total de 2 caipiroskas de Maracuyá (admittedly mejores que la de Voulez Bar) y yo dos copas de Sauvignon Blanc que me devuelven un poco de la sabiduría olvidada (o eso me creo). Por momentos vuelvo a ser sabia y no por el Sauvignon Blanc. A veces puedo decir exactamente lo que pienso y me sale bien. Clarito, clarito.
-¿Ese jean es de Akiabara?
Podemos pasar de lo más triste a lo más trivial, a descostillarnos de risa, a las bondades de la tira de cola, al Vixen Red de Revlon, a llorisquear y a que mi ahijada hizo 3mts 80 en long jump.
-¿Es mucho eso? ¿Vos decís que sacó mis genes de madrina?
-Que hija de puta que sos…vos no tenías ni spikes.
Recuerdo que los spikes tenían clavitos filosos. También recuerdo que me daba pánico la pistola de cevita que se disparaba en los sports. Creo que ahí saqué conclusiones acerca del peligro del deporte. Nos abrazamos en la esquina de Salguero antes de que yo me tome mi taxi; es un abrazo largo de lo más conocido, como de 30 años.
Con S somos de las atajadoras. Ahora que estoy en casa buscaría uno de esos papelitos con corazoncitos cachudos, pelotudeces y cursilería femenina y le mandaría otra notita con más onda que diga algo así como “Renuevo contrato. No nos habíamos equivocado, nena” .
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