Verano
Está anocheciendo y mi madre está apoyada sobre la baranda del balcón mirando como el jardín se va oscureciendo. De a poco. Es verano, estamos de vuelta después de unas semanas en Uruguay.
Apenas subimos con el auto a la entrada de la casa, de nuestra casa, se abre la puerta del frente. Sale mi abuela y una vecina. A la distancia ya se nota que mi abuela está llorando.
Cuando viajábamos mis abuelos solían cuidar la casa y cuando mis padres viajaban solos, yo quedaba adentro de la casa. Mi abuelo se encargaba de poner en marcha el auto para que no se muera la batería y juntos se encargaban de mí. Única nieta mimada.
Baja la vecina y se acerca al auto. Úlceras sangrantes, internado, mi abuelo. No llegamos ni a bajar y fuimos a verlo. Ese había sido el primer verano que me dejaron maquillarme: delineador negro y brillo trasparente. En segundos desaparece mi verano.
Tengo una vaga imagen de mi abuelo en esa cama de la clínica. La próxima es la de mamá mirando a la nada, al jardín oscureciendo, con lágrimas que le caen por las mejillas pero cara de indiferencia. No sé si le duele, está anestesiada, estuvo tomando, es obvio. Son esos ojos a media asta, los párpados cayendo un milímetro por debajo de lo normal. Yo la miro. Yo sé detectar esas cosas. Es un talento que conservo. A esa edad no conozco mucha gente a la que se le haya muerto su padre y miro atentamente a ver si puedo descubrir qué se siente. Tiene una tristeza silenciosa, muy polaca, muy alcoholizada, una tristeza sumisa sin escándalos. Con mi padre vamos a una cochería y hacemos los trámites. Para eso no soy demasiado chica parece. No sé si hay entierro, no me llevan. No sé cómo muere ni exactamente cuándo, sólo que años después, muchos (como diez) mi madre ya sobria tiene que presenciar como abren el cajón para "reducir" los restos. No se había reducido, casi nada, hasta el propio empleado del cementerio se sorprende. Más años para esperar y sacar ese nylon culpable que lo envolvía. Para ese momento ya soy mucho más grande y me imagino una escena más de Hamlet que otra cosa. Poor Yorrick pienso, y en cómo se verá un cuerpo diez años después de muerto.
Todavía más años después, cuando se muere mi abuela, mamá no quiere entrar a verla. No sé bien por qué. Yo sí. Entro, la miro. Tiene cara de muerta. Me beso dos dedos de la mano y se los apoyo despacito en la mejilla. La verdad es que no me animo a acercarle la cara y tampoco me parece necesario. Mentira que parecen dormidos, los muertos parecen muertes. Y cerosos. También viene papá al proceso. Como si fuésemos familia. Quiere estar dice, aunque hace años que se fue de casa. Pero después las decisiones las tomo yo y ellos quedan como dos mudos a mis costados.
Mi madre no puede enterrar a sus padres.
Cuando viajábamos mis abuelos solían cuidar la casa y cuando mis padres viajaban solos, yo quedaba adentro de la casa. Mi abuelo se encargaba de poner en marcha el auto para que no se muera la batería y juntos se encargaban de mí. Única nieta mimada.
Baja la vecina y se acerca al auto. Úlceras sangrantes, internado, mi abuelo. No llegamos ni a bajar y fuimos a verlo. Ese había sido el primer verano que me dejaron maquillarme: delineador negro y brillo trasparente. En segundos desaparece mi verano.
Tengo una vaga imagen de mi abuelo en esa cama de la clínica. La próxima es la de mamá mirando a la nada, al jardín oscureciendo, con lágrimas que le caen por las mejillas pero cara de indiferencia. No sé si le duele, está anestesiada, estuvo tomando, es obvio. Son esos ojos a media asta, los párpados cayendo un milímetro por debajo de lo normal. Yo la miro. Yo sé detectar esas cosas. Es un talento que conservo. A esa edad no conozco mucha gente a la que se le haya muerto su padre y miro atentamente a ver si puedo descubrir qué se siente. Tiene una tristeza silenciosa, muy polaca, muy alcoholizada, una tristeza sumisa sin escándalos. Con mi padre vamos a una cochería y hacemos los trámites. Para eso no soy demasiado chica parece. No sé si hay entierro, no me llevan. No sé cómo muere ni exactamente cuándo, sólo que años después, muchos (como diez) mi madre ya sobria tiene que presenciar como abren el cajón para "reducir" los restos. No se había reducido, casi nada, hasta el propio empleado del cementerio se sorprende. Más años para esperar y sacar ese nylon culpable que lo envolvía. Para ese momento ya soy mucho más grande y me imagino una escena más de Hamlet que otra cosa. Poor Yorrick pienso, y en cómo se verá un cuerpo diez años después de muerto.
Todavía más años después, cuando se muere mi abuela, mamá no quiere entrar a verla. No sé bien por qué. Yo sí. Entro, la miro. Tiene cara de muerta. Me beso dos dedos de la mano y se los apoyo despacito en la mejilla. La verdad es que no me animo a acercarle la cara y tampoco me parece necesario. Mentira que parecen dormidos, los muertos parecen muertes. Y cerosos. También viene papá al proceso. Como si fuésemos familia. Quiere estar dice, aunque hace años que se fue de casa. Pero después las decisiones las tomo yo y ellos quedan como dos mudos a mis costados.
Mi madre no puede enterrar a sus padres.
4 Comments:
Me pusiste triste Charlotte. Mi hijo también es hijo único. Vá a enterrarnos solo.
Y sí, Char, es duro. Me tocó hacer todo ese trámite el año pasado con lo de mi mamá. Agradezco que me tocó siendo adulta y de alguna manera, si bien se fue en pocos días, yo estaba ¨preparada¨ para pasar por algo así. Un beso. Qué bueno leerte otra vez!
PD Espero que estén bien tus papis.
AC
Amargo este post.
Triste, pero hermoso. No lo había leído.
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