Tuesday, August 28, 2012

Family Ties 1


Las vueltas son raras, las de la vida digo. En las otras, en las segundas vueltas no sé si creo. O sí. Quién sabe y a quién le importa de todas formas.
En esas vueltas de la vida en las que me encuentro, ando rastreando pasado, trepándome a las ramas del árbol genealógico. Subiendo. Nunca me gustaron las alturas. Será por eso que no llego lejos.
Hay un barco que llega de Polonia. Hay una mujer joven, jovencísima, que pierde su nombre en el camino. Una mujer que nace Catalina y cruza el Atlántico como María. Arriba de ella una Aneshka y no mucho más sin llamar a Polonia y enterarme. Es la mujer que esperaba llegar a Boston y busca a sus hermanos en el puerto de Buenos Aires. Es la que se equivoca de barco en Francia. Es la mujer que jamás los encuentra y nunca los vuelve a ver. Es la mujer de los ojos increíblemente azules, de mirada dura salvo cuando me miraba a mí. Es la que adoré en la infancia y peleé (inmaduramente) en mi adultez por haberme dado una madre herida.
Es mi abuela.
Es la mamá de mi mamá.
Y el domingo, la volvimos a enterrar.

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Está bueno saber

Que soy una mina fuerte.
Llorona como pocas.
Pero fuerte.

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Tuesday, August 14, 2012

Mate cocido


Cuando crecí, siempre me quedó el recuerdo clarísimo (o no tanto tal vez) de un sabor particular de algo que tomaba a la mañana en la casa de mis abuelos maternos. Por algún motivo durante muchos años no pude identificar qué era y cuando le preguntaba a mamá ella decía no tener idea de qué se podía tratar. Yo estaba segura de que tenía leche y dado que ella siempre había sido una jodida con la leche de vaca y se rehusó a tomarla desde que nació (y aún hoy), era seguro que no se trataba de algo que le hubiesen servido a ella.
Misterio. En el momento yo debía ser demasiado chica como para preguntar porque sí me acuerdo que lo que sea que tomaba venía en vasito de esos con pajita incorporada, de esas que los chicos se quedan mordisqueando por horas. Llegaba a la cama en la que yo dormía, la que tenía una manta enorme hecha a crochet por mi abuela con cuadraditos de lanas de mil colores. ¿Mi juego favorito? Encontrar dobles; cada tanto ubicaba dos cuadraditos idénticos, misma lana, mismo diseño, mismos colores.
Con los años logré identificar lo que era que me traía mi abuela en el vasito: mate cocido con leche y azúcar. Mi abuela polaca era gran tomadora de mate y supongo que me preparaba una versión apta para niños de su desayuno. Mis padres por su lado, nunca estuvieron ni cerca de una bombilla así que caundo dejé de ir nunca más volví a toparme con el mate hasta que fui más grande y empecé a tomarlo y todavía más tarde cuando lo probé en saquito y le agregué leche.
Estoy sentada en una mesa chiquita en Oui Oui, es media mañana y espero a un amigo con el que me tengo que reunir. Llega tarde por la lluvia. Acabo de cortar con mamá que salía de su sesión de rayos de hoy y me cuenta un poco acerca de ese nuevo dolor que siente en la garganta (asumo que bastante fuerte para que ella se queje). Lo cuenta con ese tono a inevitabilidad que tiene ella para todo últimamente aunque es fácil para el que la conoce bien, detectar el dejo de enojo, de hartazgo y muy en el fondo, una angustia diminuta (esta sí casi indetectable y hasta puedo estar equivocada).
De repente, como unos mil años más tarde me pido una taza de mate cocido en Oui Oui. Sí, esto era exactamente lo que tomaba en esa cama enorme de cuadraditos de colores. No hay dudas.



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Sunday, August 05, 2012

Súper 8


La mujer de la filmación es rubia, tiene el pelo corto (no cortísimo como yo pensaba) y unos enormes anteojos redondos de vidrio azul. Hay viento. Ella camina por la playa y cada tanto se da vuelta y mira a cámara sonriendo. Lindos dientes. Cuando se aleja, la cámara la toma de atrás. El pantalón azul, la remera apretada, la cintura diminuta. Se vuelve a dar vuelta. La cámara se acerca. Tres cuartos americano y de repente toma un primerísimo plano de su cara y de nuevo la sonrisa con labios pintados apenas en un color medio nacarado tan típico de la época.
Es mi mamá. Camina por La Mansa en Punta del Este y Toti la sigue con la cámara, una Súper 8 que después fue mía junto a una moviola que aprendí a usar perfectamente (cortaba y editaba a mano con tijerita y scotch) y que ahora no tengo ni la menor idea de dónde podrán estar. Me da miedo preguntar, me da miedo ser la responsable de haberlas perdido. Y lo peor es que creo que es así, que las perdí. Esas cosas no vuelven, les perdí el rastro.
El material ya está en DVD. Lo puedo adelantar y atrasar a mi voluntad. Desde la silla de al lado mi viejo pone play pero me deja los comandos. Soy mucho mejor con el mouse.
Ahora son tomas de mamá en la playa en bikini.
-Mirá qué gambas, esa cintura…Brigitte Bardot parecía…
Mamá está de espaldas, mira el mar de brazos cruzados. Tiene una bikini rosa, ese cuerpo perfecto, el pelo cortito y rubio volado por el viento. La cámara la va recorriendo como enamorada. De repente me incomodo, como en medio de un momento demasiado íntimo, entre mis viejos encima. Toti mira fascinado a esa mujer de la que se enamoró hace más de 50 años.
-Mirá lo que es tu mamá…
Yo apenas la reconozco, es la misma de las fotos, sí, pero en movimiento. Sí reconozco su forma de andar, cómo se para con la mano en la cintura, los brazos cruzados, las manos y las uñas. Por lo demás es una mujer en la playa. La intimidad del momento me sigue perturbando un poco, era una filmación para ellos, esas cosas de sonrisas cómplices a la cámara y mi vieja un poco tímida siempre, retraída y medio inconciente de su propia belleza.
Toti pone pausa. Mamá está quieta, sólo vemos su ombligo y la bikini.
-¿Ves? Mirá como le filmo la panza yo. Estaba recién embarazada de vos. En octubre de ese año naciste.

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