Thursday, August 14, 2014

40 años después

Mis padres se casaron en una capillita diminuta de Martínez, Santa María de La Lucila, que en realidad pienso que es La Lucila porque es a unas cuadras de Paraná que es sabido es la calle que divide una localidad de la otra. Santa María de La Lucila está en el medio de una placita, tiene un jardín en el que en esos tiempos (hace 50 años) podías hacer la fiesta y es una construcción “simple y austera” según las palabras de mi madre. Supongo que Toti accedió a casarse ahí a pedido de ella y ella lo habrá pedido para que sus padres no le rompan demasiado. 
Mi madre tenía puesto un vestidito de broderie mini (en esa época las chicas se casaban en minifalda) que nunca vi en foto pero usaba para disfrazarme de chica. De líneas simples y austeras como la capilla en la que se casó, creo que terminó reciclado en otra cosa. 
Tampoco hay fotos de la fiesta; sí una filmación desaparecida ya que los cameramen que mi padre (el director de cine) había contratado para la ocasión, se empedaron y perdieron las tortas (de película, no de boda). Y así fue que nunca vi ni una foto ni una película del evento. Es todo un cuento que tengo en mi cabeza y retazos de un vestido de broderie con el que jugaba.
Mi madre eligió la misma capilla para bautizarme, 10 años después, cuando yo era bastante grandecita. En las fotos ya tengo rulitos dorados y zapatos pequeñísimos con agujeritos en el frente. Y cara de terror. 
Mi madre me dice que mientras volvía de una reunión en Olivos ayer, pasó por la puerta de Santa María de La Lucila y decidió entrar unos 40 años después. Parece que el lugar sigue igual, la misma austeridad, las mismas paredes blancas. Dice que se sentó un rato, pensó en lo que había pasado ahí tantos años atrás, en los que ya no estaban, agradeció otro tanto (no es una mujer religiosa) y caminó el resto del camino hasta su casa. 40 años después.

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Wednesday, August 06, 2014

Verano

Está anocheciendo y mi madre está apoyada sobre la baranda del balcón mirando como el jardín se va oscureciendo. De a poco. Es verano, estamos de vuelta después de unas semanas en Uruguay. 
Apenas subimos con el auto a la entrada de la casa, de nuestra casa, se abre la puerta del frente. Sale mi abuela y una vecina. A la distancia ya se nota que mi abuela está llorando.

Cuando viajábamos mis abuelos solían cuidar la casa y cuando mis padres viajaban solos, yo quedaba adentro de la casa. Mi abuelo se encargaba de poner en marcha el auto para que no se muera la batería y juntos se encargaban de mí. 
Única nieta mimada.
Baja la vecina y se acerca al auto. Úlceras sangrantes, internado, mi abuelo. No llegamos ni a bajar y fuimos a verlo.
 Ese había sido el primer verano que me dejaron maquillarme: delineador negro y brillo trasparente. En segundos desaparece mi verano.

Tengo una vaga imagen de mi abuelo en esa cama de la clínica. La próxima es la de mamá mirando a la nada, al jardín oscureciendo, con lágrimas que le caen por las mejillas pero cara de indiferencia. No sé si le duele, está anestesiada, estuvo tomando, es obvio. Son esos ojos a media asta, los párpados cayendo un milímetro por debajo de lo normal. Yo la miro. Yo sé detectar esas cosas. Es un talento que conservo. A esa edad no conozco mucha gente a la que se le haya muerto su padre y miro atentamente a ver si puedo descubrir qué se siente. Tiene una tristeza silenciosa, muy polaca, muy alcoholizada, una tristeza sumisa sin escándalos.
 Con mi padre vamos a una cochería y hacemos los trámites. Para eso no soy demasiado chica parece. No sé si hay entierro, no me llevan. No sé cómo muere ni exactamente cuándo, sólo que años después, muchos (como diez) mi madre ya sobria tiene que presenciar como abren el cajón para "reducir" los restos. No se había reducido, casi nada, hasta el propio empleado del cementerio se sorprende. Más años para esperar y sacar ese nylon culpable que lo envolvía. Para ese momento ya soy mucho más grande y me imagino una escena más de Hamlet que otra cosa. Poor Yorrick pienso, y en cómo se verá un cuerpo diez años después de muerto.

Todavía más años después, cuando se muere mi abuela, mamá no quiere entrar a verla. No sé bien por qué. Yo sí. Entro, la miro. Tiene cara de muerta. Me beso dos dedos de la mano y se los apoyo despacito en la mejilla. La verdad es que no me animo a acercarle la cara y tampoco me parece necesario. Mentira que parecen dormidos, los muertos parecen muertes. Y cerosos.
 También viene papá al proceso. Como si fuésemos familia. Quiere estar dice, aunque hace años que se fue de casa. Pero después las decisiones las tomo yo y ellos quedan como dos mudos a mis costados.
Mi madre no puede enterrar a sus padres.

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Tuesday, August 05, 2014

Vuelvo

Sin frente marchita ni nada que se le parezca. Con un corte de pelo, apenas. Y apenas unos centímetros más corto. Nada drástico. Una cobarde, claro.
Y un montón de anotaciones que van desde papelitos sueltos, cuadernos viejos, dorsos de presupuestos en borrador y en la última página de mi Moleskine correspondiente al 31 de diciembre que viene así como de regalo por si las moscas y nadie usa. Porque para ese entonces ya cualquier persona de bien tiene su nueva agenda y con ansiedad por estrenarla y ese día no se usa porque no pasa nada. Ese día termina el año y punto. Ese día puede usarse para escribir. Yo escribí ahí. También en unos espacios por encima de la conversión universal de medidas, los talles internacionales, los códigos de discado, un planisferio con los husos horarios y la duración de vuelos internacionales. Todo inútil. Todo garabateado con mi letra, desprolija pero con dejo a colegio inglés y años de tortuosa caligrafía. Renglones y renglones de cursivas mayúsculas y minúsculas hasta llegar a la perfección bajo el ojo meticuloso de Mrs. Henry que era de History pero igual no le gustaba mi letra.
Dudo que alguien se acuerde de lo complicada que era la H cursiva mayúscula. Yo me acuerdo. No la uso más como se debe pero me la sé a la perfección, con todas sus curvitas y sus idas y vueltas como la E que no es un simple rulo. No, no.
Ahí escribí. Y en un montón de pedacitos más que iré transcribiendo. Si vale la pena. O no.
Pero volví.
Y escribí. Hasta en un 31 de diciembre que todavía no llegó.

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