Teresa y el gorrión
Había varios cuentos que Toti me hacía de chica. Estaba ese que no era cuento y más bien un juego tonto en el que cuando yo preguntaba "¿Y entonces qué pasó?" venía la inevitable y siempre idéntica respuesta que me hacía morir de risa y de bronca e impotencia: "Y entonces vino la gatita blanca y se tomó tooooda la leche". Siempre en el mismo tono, siempre la misma O larga y ese efecto mágico que tiene la repetición (y la predictibilidad) en los chicos. Después estaba el del señor que había logrado achicar todos sus animalitos de granja y tenía vacas y ovejitas en miniatura que caminaban y pastaban sobre su escritorio mientras él trabajaba. Ese era de la autoría de Toti y hasta a veces venía con dibujos. Yo podía imaginarme perfectamente unas ovejitas minúsculas como los conejitos de algodón que escupían en ese cuento de Cortázar que leí muchos años después. Me parecía algo perfecto: una oveja lanuda y diminuta trepándose a tu mano desde el borde de un papel o asomándose detrás de una máquina de escribir. Pero después estaban esos cuentos de su infancia, que no eran cuentos.
Teresa había nacido en el campo y en algún momento de sus adolescencia, como tantas otras mujeres como ella, vino a Buenos Aires a trabajar "en casa de familia". La familia que le tocó en suerte (o no tanto) fue la de mi padre; básicamente sus tareas eran cuidarlo a él y sus dos hermanos, una mujer unos años mayor y el negro, el menor.
-Teresa nos crió- me dice mi padre y yo me sorprendo un poco que no haya sido mi abuela, esa madre tan devota que todos idolatran y recuerdan aún como "mami".
La cosa es que como buena mujer de campo, cuando Teresa encontró ese pichón caído del nido ni se le ocurrió abandonarlo y mucho menos visitar a un veterinario si no que se lo llevó a su cuarto y lo fue criando con paciencia. Le daba lombrices picadas con la punta de un palito, gotitas de agua y lo mantenía caliente entre medias de lana, algodones y plumas de un viejo plumero desarmado.
Era de esperarse que Toti, maravillado como suele estar con cualquier animal, fuese a su cuarto a ver los progresos que hacía el pichón. Tanto progresó que creció hasta la adultez y se pasó la vida revoloteando libremente por la casa de la calle Malaver en Olivos donde vivían y descansando en el hombro o el dedo índice de Teresa cuando ella lo llamaba.
-Era como un perro...una cosa increíble.
Tan dócil era el gorrión que hasta tomaba saliva de la lengua extendida de Teresa.
-¿No me estás exagerando, no?
-Por Dios, era así. Pero un día Teresa se casó y nosotros crecimos y ella se fue de casa a vivir con su marido. Venía a visitarnos cada tanto. Todavía tenía el gorrión...
A Toti se le nubla un poco la mirada. Yo me acuerdo aún del final del cuento, me lo contaba de chica cuando yo pedía "el cuento de Teresa y el pajarito". Entonces al borde de mi cama el me lo contaba y los dos nos entristecíamos cuando Teresa se casaba y se iba con su marido, el mismo que una noche se levantó y se calzó sus pantuflas para ir al baño. Era una noche de frío y el gorrión no había tenido mejor idea que abrigarse adentro de una de las pantuflas y dormir ahí, cerca de Teresa.
Labels: Misplaced Childhood, Toti
7 Comments:
Lindo post, Charlotte. No desaparezcas tanto.
Me hiciste acordar al cuento que me hacía Papá sobre un gusano que vivía en una maceta, se llamaba Ramon, su mujer era la lombriz Clotilde y por algun issue no resuelto, la pareja gusanil vivía en la misma maceta con los padres de Ramon. Gran post, Charlotte, como siempre!
Tremendo.
Charlotte tenes que escribir un libro de cuentos, los remates son fantasticos.
Pero qué final,chiqui! Muy bueno! Besos. AC
mi dejo infantil (uno de los tantos) debe estar en eso de los finales previsibles porque me gusta ver series y pelis que ya se como terminan. linda historia! saludos
¡Ah! ¡Qué golpe el del final!
Muy buen texto.
Saludos.
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