Friday, April 24, 2015

Lonely Planet

Mi padre descubrió una mañana que tenía el pasaporte vencido y se angustió mucho porque la mera idea de no poder salir del país ante una eventualidad lo trastornaba. Mi tía, que lo conoce desde que nació (el, no ella) no tuvo mejor idea para consolarlo que decirle que de todas formas, de tener el pasaporte al día, no tendría plata para pagarse un extenso viaje al viejo continente, que de nada serviría la documentación. Pero después, para mortificarlo en ese idioma en el que sólo se hablan los hermanos, le dijo:
-Y además, si lo pensás, para el caso tampoco podés salir del planeta. Así que no jodas…
-¡No me digas una cosa así, Pirucha, es terrible!
Y se disparó un episodio de claustrofobia como tantos.
El hombre atrapado en el planeta. Así lo pienso.
Cuando era chica, los cuentos que me contaba al borde de la cama eran mucho mejores que los que aparecían en cualquier libro de los que yo podía leer a esa edad, esos que tenían letra grande y mucho dibujo. Los cuentos que inventaba mi padre tenían a un hombre con una granja real en miniatura con todos los animales deambulando por su escritorio mientras el hombre trabajaba. Vaquitas diminutas y ovejas que se movían entre las presentaciones a la DGI, que bebían agua de los restos de un vaso volcado al lado de la máquina de escribir, viboritas que se enredaban en su lápiz mientras intentaba dibujar story boards. Y también la ocasional borrachera cuando un par de chanchitos se tomaron lo que había goteado de la botella de whisky apoyada en el escritorio mientras el hombre tipeaba ocupado en su máquina hasta que notó como venían los chanchitos seseando y tropezando con una goma de borrar hasta dormirse sobre un bollito de Carilinas. Ese era uno de mis preferidos.
Cada día pasaban cosas nuevas en la granja. Los animales como en la novela de Orwell cada tanto se rebelaban y se armaban tremendas estampidas en el escritorio del buen hombre, con gallinas minúsculas revoloteando por todos lados, toros bravos (de no más de cinco centímetros) que arremetían contra todo y una manada de ovejitas aterradas apretujadas contra los libros.
Había otros cuentos. Pero eran más tristes y no me los acuerdo bien.
Mi viejo, que tiene miedo a quedar atrapado en este planeta, me dijo una vez que lo peor del Parkinson es una sensación de estar atrapado en un cuerpo que no es suyo, "como tener una percha rígida puesta adentro de la camisa, y no poder salir”.

Labels: , ,

Thursday, August 14, 2014

40 años después

Mis padres se casaron en una capillita diminuta de Martínez, Santa María de La Lucila, que en realidad pienso que es La Lucila porque es a unas cuadras de Paraná que es sabido es la calle que divide una localidad de la otra. Santa María de La Lucila está en el medio de una placita, tiene un jardín en el que en esos tiempos (hace 50 años) podías hacer la fiesta y es una construcción “simple y austera” según las palabras de mi madre. Supongo que Toti accedió a casarse ahí a pedido de ella y ella lo habrá pedido para que sus padres no le rompan demasiado. 
Mi madre tenía puesto un vestidito de broderie mini (en esa época las chicas se casaban en minifalda) que nunca vi en foto pero usaba para disfrazarme de chica. De líneas simples y austeras como la capilla en la que se casó, creo que terminó reciclado en otra cosa. 
Tampoco hay fotos de la fiesta; sí una filmación desaparecida ya que los cameramen que mi padre (el director de cine) había contratado para la ocasión, se empedaron y perdieron las tortas (de película, no de boda). Y así fue que nunca vi ni una foto ni una película del evento. Es todo un cuento que tengo en mi cabeza y retazos de un vestido de broderie con el que jugaba.
Mi madre eligió la misma capilla para bautizarme, 10 años después, cuando yo era bastante grandecita. En las fotos ya tengo rulitos dorados y zapatos pequeñísimos con agujeritos en el frente. Y cara de terror. 
Mi madre me dice que mientras volvía de una reunión en Olivos ayer, pasó por la puerta de Santa María de La Lucila y decidió entrar unos 40 años después. Parece que el lugar sigue igual, la misma austeridad, las mismas paredes blancas. Dice que se sentó un rato, pensó en lo que había pasado ahí tantos años atrás, en los que ya no estaban, agradeció otro tanto (no es una mujer religiosa) y caminó el resto del camino hasta su casa. 40 años después.

Labels: , ,

Monday, December 09, 2013

Entering the whirlpool


Es verano con ruido a ojotas que chancletean sobre pisos mojados con aguas de pileta.
-Qué manía esa que tienen ustedes de andar descalzas. Parecen indias…
Mi padre se refiere a nosotras como “ustedes”, a mi madre y a mí, dos indias rubias transitando el verano descalzas (como corresponde) aún bajo las amenazas de que “se deforman los pies”. Mi padre siempre tuvo una obsesión con los pies femeninos y se dedicó a comentar eso de mi madre y aún lo hace de los míos.
-Lindos pies.
Aprueba.
En la pileta yo me hundía para no escuchar o mejor dicho para escuchar esos ruidos deformados abajo del agua. Todo lejano, mejorado. Los gritos de otros chicos de otras piletas cercanas como tapados por almohadones líquidos. Abajo del agua todo es mucho mejor. Hay chicos en una tribu de gitanos en el sudeste asiático que pueden ajustar su visión de manera tal de hacer foco casi perfecto abajo del agua de mar. Dicen que con cierto entrenamiento cualquiera podría lograrlo. No es algo físicamente imposible salvo que yo no sé hacerlo. Algo con lo que soñé toda mi vida, eso y ser una de esas mujeres buscadoras de perlas que bajan vestidas a lo más profundo sólo armadas con un cuchillo.
Después, salir de pileta tiritando y acostarse sobre baldosas calientes hasta secarse por completo. La respiración agitada y con la pera apoyada sobre un antebrazo oler la piel quemada por el sol. La piel cambia de olor cuando está al sol. Se quema.
A la noche cazaba incansablemente bichitos de luz que no son tan lindos como cuando están encendidos; son más bien unos cascarudos de cuerpo negro y patas movedizas que se vuelven perfectos cuando están incandescentes. Beauty on, beauty off.  Igual juntaba coraje para agarrarlos con la mano y meterlos dentro de un frasco de mermelada vacía con tapa agujereada para que respiren. Durante la noche los veía prenderse y apagarse por turnos en ese mundo diminuto que les había armado en el frasco. Les ponía pedacitos de pasto (como a los camellos de los reyes magos) para que tengan un poco del espacio en el que habitaban y no extrañasen. A la mañana siguiente habían desaparecido, misteriosamente, como el pasto de los camellos. Alguien los sacaba de mi mesa de luz. Muertos supongo.
Un millón de años después sigo nadando largas piletas debajo del agua. No sé si son los Camparis que me tomé antes de zambullirme pero abajo del agua todo está lleno de sombras; concluyo que son las nubes que van tapando el sol de a ratos. Nada del agua me da miedo. Me acuerdo del primer verso de Death by Water en The Wasteland. (*) Yo no muero en el agua, yo revivo y vuelvo a ser chica con muchísimos años más.

(*)  Death by Water

by T. S. Eliot
Phlebas the Phoenician, a fortnight dead,
Forgot the cry of gulls, and the deep sea swell
And the profit and loss.
                                         A current under sea
Picked his bones in whispers. As he rose and fell
He passed the stages of his age and youth
Entering the whirlpool.
                                       Gentile or Jew
O you who turn the wheel and look to windward,
Consider Phlebas, who was once handsome and tall as you.


Read more: T. S. Eliot: Death by Water | Infoplease.com http://www.infoplease.com/t/lit/wasteland/death.html#ixzz2n0NgA9pA

Labels: , ,

Tuesday, November 19, 2013

Teresa y el gorrión


Había varios cuentos que Toti me hacía de chica. Estaba ese que no era cuento y más bien un juego tonto en el que cuando yo preguntaba "¿Y entonces qué pasó?" venía la inevitable y siempre idéntica respuesta que me hacía morir de risa y de bronca e impotencia: "Y entonces vino la gatita blanca y se tomó tooooda la leche". Siempre en el mismo tono, siempre la misma O larga y ese efecto mágico que tiene la repetición (y la predictibilidad) en los chicos. Después estaba el del señor que había logrado achicar todos sus animalitos de granja y tenía vacas y ovejitas en miniatura que caminaban y pastaban sobre su escritorio mientras él trabajaba. Ese era de la autoría de Toti y hasta a veces venía con dibujos. Yo podía imaginarme perfectamente unas ovejitas minúsculas como los conejitos de algodón que escupían en ese cuento de Cortázar que leí muchos años después. Me parecía algo perfecto: una oveja lanuda y diminuta trepándose a tu mano desde el borde de un papel o asomándose detrás de una máquina de escribir. Pero después estaban esos cuentos de su infancia, que no eran cuentos.
Teresa había nacido en el campo y en algún momento de sus adolescencia, como tantas otras mujeres como ella, vino a Buenos Aires a trabajar "en casa de familia". La familia que le tocó en suerte (o no tanto) fue la de mi padre; básicamente sus tareas eran cuidarlo a él y sus dos hermanos, una mujer unos años mayor y el negro, el menor.
-Teresa nos crió- me dice mi padre y yo me sorprendo un poco que no haya sido mi abuela, esa madre tan devota que todos idolatran y recuerdan aún como "mami".
La cosa es que como buena mujer de campo, cuando Teresa encontró ese pichón caído del nido ni se le ocurrió abandonarlo y mucho menos visitar a un veterinario si no que se lo llevó a su cuarto y lo fue criando con paciencia. Le daba lombrices picadas con la punta de un palito, gotitas de agua y lo mantenía caliente entre medias de lana, algodones y plumas de un viejo plumero desarmado.
Era de esperarse que Toti, maravillado como suele estar con cualquier animal, fuese a su cuarto a ver los progresos que hacía el pichón. Tanto progresó que creció hasta la adultez y se pasó la vida revoloteando libremente por la casa de la calle Malaver en Olivos donde vivían y descansando en el hombro o el dedo índice de Teresa cuando ella lo llamaba.
-Era como un perro...una cosa increíble.
Tan dócil era el gorrión que hasta tomaba saliva de la lengua extendida de Teresa.
-¿No me estás exagerando, no?
-Por Dios, era así. Pero un día Teresa se casó y nosotros crecimos y ella se fue de casa a vivir con su marido. Venía a visitarnos cada tanto. Todavía tenía el gorrión...
A Toti se le nubla un poco la mirada. Yo me acuerdo aún del final del cuento, me lo contaba de chica cuando yo pedía "el cuento de Teresa y el pajarito". Entonces al borde de mi cama el me lo contaba y los dos nos entristecíamos cuando Teresa se casaba y se iba con su marido, el mismo que una noche se levantó y se calzó sus pantuflas para ir al baño. Era una noche de frío y el gorrión no había tenido mejor idea que abrigarse adentro de una de las pantuflas y dormir ahí, cerca de Teresa.

Labels: ,

Tuesday, November 05, 2013

La mirada de Zulema y los enanos del jardín


Mis abuelos vivían en esa esquina de Debenedetti en La Lucila, desde tiempos en los que la avenida Maipú (la que es Cabildo, dos veces Santa Fe en Martínez y el centro y mucho más lejos Centenario) era de tierra y pasaba el lechero en carro. A unas pocas cuadras de lo de mis abuelos, en una casa a la que me sería imposible llegar de memoria ahora porque de chico uno no registra los recorridos y tiende a entregarse a la caminata del adulto que te lleva de la mano, vivían dos hermanas: Cándida y Zulema. No sé exactamente dónde ni cuán cerca. Dos cuadras podían parecer kilómetros si nadie respondía a tu upa.
Generalmente era mi abuela la que decidía que iba a tomar mate a lo de Cándida y Zulema y me llevaba con ella. Vivían en un PH al que entrabas por un pasillo largo (mi padre se hubiese referido a eso como un "conventillo" pero también sigue diciendo palabras como "hacer zaguán" y "había una romería de gente") y tenía un jardín al final del pasillo antes de entrar a la casa. En el jardín había una de esas hamacas de madera en las que te sentás enfrentado y empujando la cola para atrás y generando algún movimiento repetitivo con las piernas apoyadas sobre la base que ahora no sé si podría reproducir, te terminabas hamacando violentamente en vaivén pero sin altura. Yo me hamacaba solita, de alguna manera me las ingeniaba para arrancar y después ya era cuestión de sostener el movimiento. Si estabas sola era todo más liviano y mucho más rápido.
Lo más fascinante del jardín de Cándida y Zulema eran no sólo los malvones y geranios que crecían colgados de esas paredes blancas como en una isla griega, si no los enanos de jardín que podías encontrar escondidos si te escabullías entre las demás plantas y canteros. Ahí estaban, levemente descoloridos por los años y las lluvias, cubiertos de moho con gorros rojos despintados y apoyados sobre una pala o cargando una canasta. Enanos en el jardín era algo sublime, imposible de encontrar en ninguno de los paquetísimos jardines que yo recorría. Yo conocía jardines diseñados con cuidado donde los únicos extras podían ser una piedra estratégicamente colocada o algún macetón enorme de reminiscencia toscana aceptable. Enanos jamás.  Ni esas uñas de gato, ni plantas de la moneda, ni todas esas suculentas que aún estando tan de moda son tan claramente "plantas de abuela" y yo reproduzco con tanto arte en mi terraza. El jardín de Candida y Zulema lo tenía todo y yo estaba fascinada con que me dejaran perderme solita por ahí. Probablemente tuviese el tamaño de un arenero un poco más grande de lo común pero a mí me parecía enorme y tenía mis rincones favoritos donde volver cada vez que las visitaba.
De Cándida me acuerdo muy poco, salvo que era una mujer chiquita con voz chillona, de batón permanente, ya viuda para cuando la conocí y con olor a mate cocido. Zulema, soltera, de pelo blanco peinado con spray y ruleros y una bizquera importante, había sido profesora de piano. "La señorita Zulema". En mis fantasías está vestida de negro y tiene esos anteojos que cuelgan del cuello agarrados con una cadenita que termina en una perla justo donde agarra con la patilla. Nunca la vi ni la escuché tocar el piano, un piano en el que seguramente tocó mi madre en su infancia. Creo que fue Zulema la responsable de mandar a mamá al conservatorio antes de que el piano muriese incendiado víctima de una rata a la que se le había dado por anidar ahí. ¿Serán verdad todas estas cosas que recuerdo? A mí Zulema me quería a la distancia con un cariño medio astigmático, como a la “hija de Elenita” (así la llamaba a mamá) y me seguía por el jardín con esa mirada estrábica por la que nunca sabías demasiado si te estaba mirando a vos o buscando algo más allá. Raro que con padre bizco yo no hubiese logrado domar la dirección de la mirada de Zulema. La mayoría de las veces parecía que miraba una abeja posada sbre la punta de su nariz. Pero no había nada.
Cuando mi abuela se mudó al departamento de al lado de casa en Olivos, todavía las visitaba. CándidayZulema, así todo junto, en tándem. Hasta las imaginé muriendo juntas, cada una en su cama individual: Cándida porque parecía de esas mujeres que en la viudez y ausencia de un hombre, reducen el espacio y hablan de lo impráctico de una "cama camera" y Zulema, muriendo en la cama de una plaza, esa misma en la que había dormido toda su vida. Virgen. Sola.

Labels: ,

Tuesday, April 09, 2013

Thirteen


Jane manejaba el Táunus celeste pileta en versión metalizado. Bajábamos del Buquebus que entonces no era Buquebus sino el Atlantic o el Mihanovich y ya encarábamos la ruta a Punta del Este a la altura de Colonia. Jane era la típica madre joven, separada, canchera. En su casa yo me paraba frente a los marcos de plata con esas fotos en las que tenía el pelo rubio largo hasta la cintura, los jeans claritos con corte Oxford, las plataformas. Solamente le faltaban las coronitas de margaritas diminutas en el pelo. Dandelions, mamá me las señalaba en el jardín, yo las juntaba y me enseñaba a unirlas haciéndoles un tajo diminuto en el tallo con la uña. Una y otra, cadenitas de flores.
Jane tenía amigos DJ’s a los que les pedía que le graben cassettes y por supuesto el Taunus celeste tenía cassetera. Ese año en el que no tendríamos más de trece, le habían dado un TDK que en el lado A empezaba con Classic.
-¿De quién es?
-Adrian Gurnitz, Gurvitz…
Nadie sabía pronunciarlo pero nos sabíamos la letra de memoria. Arrancaban esos primeros acordes y pegábamos el grito…

Gotta write a classic
Gotta write it in an attic
Baby, I'm an addict now
An addict for your love

Y sonaba el tema en cada subida, en cada bajada y las palmeras pasaban rapidísimo al costado mientras dejábamos Colonia atrás y todavía teníamos todo el verano por delante.

And it's not what I mean
I mean it's not what it seems
I just keep living for the dreams




Labels:

Sunday, March 31, 2013

Family Ties


En esos cumpleaños, cuando ya se había ido todo el mundo, Toti decidía que las pocas que quedábamos podíamos jugar a las escondidas pero con una vuelta de tuerca. Era él el que te escondía en algún lugar y el resto tenía que buscarte. Pero el asunto no era tan sencillo: el tipo te trepaba, por ejemplo, a lo más alto de la enorme biblioteca del living, te ponía libros a cada costado y te hacía sostener un jarrón y jurar que te ibas a quedar quietísima y muda por el tiempo que fuese. Lo que sucedía, generalmente, es que el resto miraba en tu dirección y por algún motivo pasaba de largo con la mirada y no te descubría. También estaba el canasto de la ropa de lavar, hecha una bolita minúscula y silenciosa o de estatua detrás de los impermeables colgados en el baño de abajo. La clave era desaparecer, confundirte con el ambiente como para no llamar la atención, una práctica camaleónica de supervivencia que yo ya manejaba a la perfección.
Mi tío dice que su familia le parecía tan rara, tan ajena, que cuando jugaba en el fondo del jardín donde vivían cerca de la quinta presidencial, miraba la casa encendida y sus integrantes y pensaba:
“Algún día me van a venir a buscar, mi verdadera familia, estos no pueden ser en serio los que me tocaron.”
Dice que ya pensaba eso de muy chiquito, que había caído en el lugar equivocado. Si hubiese existido Spielberg supongo que hubiese manejado la cuestión alienígena, pero no, más bien pensaba en algunos seres bastante normales, muy humanos que iban a tocar el timbre un día y rescatarlo.
Mi padre que lo quiere mucho porque a los hermanos se los quiere y además el quiere porque quiere, dice que de chico era un mierdita que le rompía las muñecas de porcelana a mi tía, les rompía la boca con una cuchara y decía que era porque las estaba “operando de la garganta”. Por suerte Freud no caminaba por Olivos, todavía.
Mi viejo se fue tarde de esa casa, demasiado. Antes, vivió solo en un cuarto que había en el fondo del jardín porque mi tío se había "casado de apuro" y hasta conseguir lugar donde vivir se quedaron todos ahí. En dulce montón. Como en una telenovela barata de la media tarde en canal trece. Mi viejo también miraba la casa desde el fondo del jardín, pero no fantaseaba rescate (supongo) y según mi madre se quedó demasiado. De repente nunca se fue y simplemente se casó con mi madre y fingió crecer, dirigir cine, ganar plata, perderla y ser mi padre. 

Labels: , , , ,

Tuesday, March 12, 2013

Era "Argo"


Nunca sabías bien qué iba a suceder cuando volvieses al colegio en marzo. En principio estaba el cambio de clase, de piso y cuando terminabas séptimo hasta de manzana. Podías elegir con quién sentarte o de repente te sentaban con alguien diferente a quien te venías sentando hace años. Nunca se sabía. Yo la elegía a Malaque, pero nos duraba poco porque aparentemente yo hablaba mucho y la desconcentraba. También te pasaba que entrabas y ahí nomás te dabas cuenta que te tocaba esa maestra tan temida de la que te venían hablando hace siglos como una especie de leyenda urbana escolar. Te deformaban los nombres y "la señorita Noemí" pasaba a ser "La Noema". Andá a cruzártela a La Noema con su voz ronca de 30 puchos diarios... Otros años te tocaban los “desks” y los  “lockers” con  candado y tenías todo un mundo privado bajo llave.
Y después siempre estaba el tema de “las nuevas”.
Nunca sabías de dónde iban a venir “las nuevas”. A veces llegaban del San Andrés porque lo habían hecho mixto, a veces de Egipto como esa Racha El Kholi que nos servía cosas raras para comer en los cumpleaños y a veces, como esa vez, una italiana que ya venía con tetas incorporadas. Nosotras todavía chatas, chatas y ahí saqué la conclusión que todas las italianas tenían tetas.  Su padre era el presidente del Banco di Roma. En los últimos meses habían hecho Irán - Acassuso. El era un ex rugbier y todo lo maravillosamente italiano que hay que ser: ruidoso, con panza, 
cariñoso, familiero y con debilidad por las rubias. Obviamente mi viejo se hacía amigo de todo rugbier de cualquier grupo o factor, argentino nativo o por opción y extranjeros también y el señor Banco di Roma rápidamente se sumó a sus filas. Tengo la imagen de los dos abrazados entrando a casa en pedo después de algún tercer tiempo. Cantaban. En francés.
C'est si bon,
De partir n'importe où,
Bras dessus bras dessous,
Ella era un ama de casa italiana que hacía unas pizzas diminutas, organizaba cumpleaños divertidos en el jardín y tenía ojos contentos.  Chiquita, linda, llena de curvas y sonrisa permanente, acentuaba tu nombre donde no correspondía ¡pero quedaba tan bien!  Una tarde la encontré sentada con mamá en el living de casa contando el cuento de los últimos días en Irán y cómo se habían escapado. Era mi cuarto grado, era 1980, era Argo pienso ahora. 

Labels: , ,

Saturday, March 02, 2013

Paint it Black


Ese verano fue el verano en que me dejaron usar delineador negro. En realidad no fue tanto un permiso como que sucedió. Un día volví de la playa, fui a caminar por Gorlero con las chicas y volví con una bolsita con un delineador negro chiquito y un brillo de labios rosa (seguramente nacarado) con olor y gusto a frutilla. Antes de eso, únicamente había tenido cosas de juguete y después había pasado al maquillaje que le robaba a mi madre. Jugaba con esas bolitas tonalizadoras de Guerlain, me pintaba los párpados de unos celestes imposibles y el rouge, en mi cabeza era exactamente eso, rouge, red, rojo. Nada más.
Esa noche, así como así me acerqué al espejo, empujé apenas el párpado inferior con el dedo y delineé.  Adentro. Cosa que nunca volví a usar. Parpadié. Una línea parejita, sin salirme de los bordes. ¿Yo? Hacía años que venía practicándolo, no podía fallar, había nacido para esto. Después, abrí el circulito con la pasta rosa de frutilla,  y con el anular saqué un poco, lo puse dando golpecitos sobre los labios sin hacer ese gesto de refregarlos uno contra otra que lo único que hace es desemprolijar todo el asunto, me miré en el espejo y consideré que estaba lista.
En el camino de salida me encontré con la mirada de mi madre, la miré, me miró. No dije nada. No dijo nada.
-Nos vamos a Gorlerear...
En la puerta de entrada había un espejo más como para mirarse por última vez. Siempre que lo había hecho (esto de estar maquillada) había sido  de puertas adentro, esta vez parecía ser en serio y era un poco como salir disfrazada a la calle, todavía jugando.
Cuando me encontré con mis amigas estaban todas igual, el delineador negro, el brillo en los labios, las cherokees en los pies, el palito de la feria hippie con las iniciales del chico que te gustaba (y jamás te había hablado), la camisa abultada y el cinturón enorme.
Punta del Este tenía algo de “what happens in Vegas stays in Vegas” y no sabía muy bien qué sucedería en Buenos Aires cuando volviese. Yo, de todas formas, volví con mis dos únicos y preciados ítems de belleza en la valija. Y así fue como de un día para el otro y sin saber mucho cómo ni por qué,  salí  a la vida “toda pintada” y nunca perdí la fascinación por esas chucherías.

Labels: , , ,

Thursday, February 28, 2013

El cuartito de abajo del todo


En mi casa de Olivos teníamos un cuarto que se llamaba el “cuarto de costura” en el que nadie cosía (o rara vez) y dos que se llamaban “el cuartito de abajo” y el “cuartito de abajo del todo”.
Había dos jardines en barranca hacía las vías y el río;  el cuartito de abajo requería una única bajada de escalera para llegar, era luminoso y daba al primer jardín. Ahí tenía mi pizarrón de jugar a la maestra y varias muñecas sentadas para adoctrinar. Al segundo se llegaba bajando otra escalera, de ahí su de abajo del todo. Nada podía bajar más que eso. El cuartito de abajo del todo era húmedo y oscuro, con todo un jardín creciéndole encima y yo no me animaba a bajar si ya no había sol. De hecho, aún de día era un lugar de expedición con una llave imposiblemente difícil de maniobrar. Se guardaban cosas viejas o esos milagros comerciales con los que se entusiasmaba mi padre como unos ventiladores de techo de hierro forjado y tulipas de cristal esmerilado que hizo traer de no sé dónde, con aspas con esterilla y un peso incalculable. “Esos ventiladores de mierda que ocupan tanto lugar” creo que pasó a bautizarlos mi madre. También estaba la cabina inglesa de teléfono, doscientos millones de carpetas escolares mías como un pequeño “Archivo General de La Hija Unica” (no creo que nadie guardase tanta cosa con más de un hijo), dos caballetes de pintura de mi madre cuando dejó de pintar y una alfombra persa hecha un gran rollo. Cualquier cosa que llegaba tan bajo en la estructura hogareña estaba irremediablemente sujeta al olvido como mi madre y su pintura.
La casa vecina a la nuestra tenía el mismo cuartito de abajo del todo y el hijo mayor, cuando fue adolescente y yo era todavía muy chiquita, decidió mudarse ahí abajo e instalarse en lo que muchos años después comprendí era el sueño del bulo propio.
Me dio pena, pobrecito pensé, era obvio que entraría en el olvido familiar. Porque nada ni nadie volvía del cuartito de abajo del todo. Ahí quedaba. Húmedo y olvidado.

Labels: ,

Thursday, January 31, 2013

Nadar abajo del agua II

En el auto me agarro de la manijita esa que cuelga del lado del copiloto que siempre asumo fue creada para una mujer; una mujer que no se banca la velocidad y se agarra, se aferra, para ver si puede controlar algo. Me agarro entonces y apoyo la nariz en el antebrazo como para distraer la mirada del frente. Olor a cloro en la piel y en el pelo, olor a infancia y domingo aunque sea un jueves.
Al final del verano, cuando era chica, las puntas rubias del pelo se me ponían casi verdes por el cloro que se acumulaba después de días y días nadando abajo del agua. Porque creo que en el verano me pasaba más tiempo abajo del agua que arriba.
-¿Marco…?
-Polo.
-¿Tierra?
-Nadie.
Yo siempre estaba abajo del agua, nadando a toda velocidad, escapándome de algo.

Labels: ,

Thursday, January 17, 2013

Super 8


Era una Super 8 clásica, de esas que agarrabas casi como una pistola y disparabas de la misma forma. Como una pistola. Con zoom ruidoso y las letras T y W para ir adelante y atrás. Adelante y atrás.   Y pilas que se cargaban por debajo, por el mango. ¿Cómo se llama eso en una pistola? Nunca disparé un arma de puño; sí escopetas para matar perdices que largan perdigones. Esas y un aire comprimido. Pero de todas formas, si lo pienso, así apretando un botón era como un gatillo y empezabas a filmar. Sabías que estabas filmando porque el ruido era fuerte, imposible ignorarlo. Algo pasaba ahí adentro y vos tenías el ojo pegado y veías el cuadro, el circulito y el sonido te llegaba al oído.
En una época me la llevaba a todos lados. Filmaba pavadas. Hay una secuencia de minutos de animales de la granja: gallinas batarazas amontonados, chanchitos que salen del corral en fila caminando en esas patitas diminutas (“como en tacos” dice una amiga) y un ordeñe con primeros planos del chorrito que sale disparado de la ubre. Después hay otras tomas urbanas un poco mejores. Pensando en que no tendría más de 9 ó 10, no es tan grave la baja calidad filmíca. 
Cuando se revelaban, Toti me las traía a casa y las editábamos. Yo me imaginaba que las traía del Laboratorio Alex, de Alex, como las de él. 
Yo sabía prender perfectamente la moviola y enroscar la película. Prendías la luz y a mano le dabas vuelta a las manijitas. Veías pasar en la pantalla todo: los chanchitos en tacos en cámara lenta, en versión Charlie Chaplin (con la explicación de Toti de los fotogramas, el ojo, la velocidad) o en versión Benny Hill con chanchitos en tacos a trote histérico.
Cortar y pegar.
Editar.
Poner aunque sea las imágenes de la tranquera de entrada al comienzo, “algún relato” sugería Toti.
No me volvía muy loca filmar. Me gustaba ver cuando mi viejo lo hacía. Tampoco demasiado editar, salvo que lo sabía hacer y eso parecía caerle bien a mi padre. Algo en el orden de “mi nena, la que sabe usar la moviola”. 

Labels: , ,

Monday, January 07, 2013

Olivos en febrero


Había pocas cosas que me asustasen más de febrero que el carnaval. En Olivos los chicos eran fanáticos de las bombitas y en esa edad en que los varones te empiezan a mirar y lo hacen de una forma que roza el maltrato (como enojados porque les suceda) era todavía peor. Peor porque pegabas la vuelta en una esquina cualquiera y así de la nada te encontrabas con una banda de cinco pibes con dos bombitas de colores en cada mano y sólo podías atinar a darte vuelta y correr o simplemente taparte la cara con las manos y que te peguen en la espalda o con suerte te esquiven. No había perdón. Pánico absoluto.
Con un ojo podías medir el daño exacto que iban a provocar. Las más grandes eran un desparramo de agua, claro, pero tenían la ventaja de explotar más rápido y doler menos. Las chiquitas seguramente te rebotaban y seguían rebotando aún sobre los adoquines calientes de Rawson y el que las tiraba se sentía muy pelotudo. Las medianas eran las peores. Dolían como nada.
La salida a la hora de la siesta en bicicleta por el barrio era como recorrer un verdadero campo minado y tenías que estar bien atenta de detectar al enemigo a la distancia para pedalear en sentido contrario. Si te detectaban a vos no había súplica que funcionase, te acorralaban, apuntaban y morías empapada. Caminando, obviamente era mucho peor. Algo tenían adentro esas bombitas además del agua. Pánico envasado en globitos diminutos de color.
La canilla de mi casa de Rosales era particularmente apta para cargarlas. Los chicos paraban ahí porque estaba en la entrada al garage y cualquiera podía usarla Era la canilla que se usaba para "regar el frente". Era una de esas con un pico finito que enganchaba perfectamente la bombita y cargaba despacio porque podías medir la presión sin reventarla. Había otros picos de metal que se ensanchaban hacia el final y te rompían la goma antes de empezar a llenar. Una vez llenas, el truco era hacer el nudo rápidamente y dejarlas caer sobre el balde lleno de agua donde se guardaban las municiones. Era sabido que si las dejabas al sol se reventaban solas. Porque yo también tiraba, claro.
Cuando pasaba febrero reconocías las malas canillas en los frentes de las casas. Tenían docenas de arandelitas de colores, como pulseras de bombitas que nunca fueron. Se habían acumulado ahí. Sabías que esos vecinos tenían una mala canilla y ahí no se podía jugar bien al carnaval.

Labels: ,

Thursday, January 03, 2013

Realmente


Una de las muchas cosas que me estaban permitidas en casa de mis abuelos (por no decir que casi todo lo estaba) aparte de inundar la terraza en intento fallido de convertirla en pileta, cocinar tortas de barro, disfrazarme con el camisón de la noche de bodas de mi madrina (de crepe de seda rosa Dior hasta el piso con breteles de satén del mismo color) era el armado de una casa propia en el living. Me estaba permitido sacar las sábanas bordadas a mano y almidonadas (cuando digo almidonadas es porque mi abuela les pasaba verdadero almidón de agua de arroz y planchaba cada una ¡qué poco me le parezco en eso!) del mueble de su cuarto. Después había que armar todo un sistema de trincheras con sillas, sillones, la mesa de comedor y pesas antes de cubrir todo con las sábanas. Era un trabajo arduo que llevaba un tiempo de preparación porque tenía que tener el diseño correcto como para permitir la circulación (aunque fuese gateando) con pasillos y “cuartos” especiales a los costados. Cuando finalmente se hacían volar las sábanas hasta que aterrizaban suavemente encima, una podía levantar una punta de algún costado que era claramente la “puerta de entrada” y efectivamente entrar. Adentro, el efecto era perfecto. La luz toda filtrada le daba un aire fascinante, al menos a esa edad, pero ahora que lo pienso aún ahora. Alguna mañana hice la prueba de taparme completamente con la sábana y el efecto perdura, aunque no sé si el atractivo que mantiene es justamente ese, el de recordarme al juego de la infancia. Huevos o gallinas.
Habiendo asignado la “puerta de entrada” había que ser muy estricto con el ingreso y egreso de cualquier adulto desprevenido podía recibir un reto si intentaba hacerlo por lo que era claramente una ventana o peor aún, levantando un muro de concreto de algodón de no sé cuántos hilos egipcios que era obviamente estructural y de soporte.
Anoche, viendo que los dibujitos no estaban teniendo ese efecto narcótico que suelen tener, rápidamente saqué una sábana y armé la carpa entre el bar (apoyando enormes botellas para sostener “el techo” que después  decidí era mejor idea enganchar en el cajón) y el sillón. Primero fue una casa en la que se prendieron y apagaron velas imaginarias “como las de allá afuera” que había que soplar y todo. Cuando ya estábamos metidos los dos adentro con la luz de las velas de mi mesa de mármol colándose, las reales,  de repente se convirtió en un auto. Yo era copiloto, como era de esperarse, (nadie es piloto en auto ajeno) y el destino final era “ahora vamos a maronals”. Hubo un acarreo de la totalidad de los almohadones de mi living y si bien me esperaban para tocar la guitarra ahí afuera ¿quién puede resistirse a un paseo en auto? Más si está hecho de sábanas cuadriculadas, Shape of my Heart es imposible de cantar y el menú gourmet es una hamburguesa invisible servida sobre un almohadón de terciopelo con pájaros exóticos y flores del paraíso. Imposible, realmente.

Labels: ,

Wednesday, October 31, 2012

40 años después

Mis padres se casaron en una capillita diminuta de Martínez, Santa María de La Lucila, que ahora que lo pienso es La Lucila porque es a unas cuadras de Paraná que todos sabemos es la calle que divide una localidad de la otra. Santa María de La Lucila está en el medio de una placita, tiene un jardín en el que en esos tiempos (hace 50 años) podías hacer la fiesta y es una construcción “simple y austera” según las palabras de mi propia madre. Supongo que Toti accedió a casarse ahí a pedido de ella y ella lo habrá pedido para que sus padres no le rompan demasiado. Creo que desaprobaban la elección de marido. Mi madre tenía puesto un vestidito de broderie mini -en esa época las chicas se casaban en minifalda- del que nunca vi una foto pero usaba para disfrazarme de chica (también de líneas simples y austeras como la capilla en la que se casó). Tampoco hay fotos de la fiesta. Tal vez una filmación desaparecida ya que los cameramen que mi padre, el director de cine, había contratado para la ocasión se empedaron y perdieron las tortas (de película, no de boda).
Mi madre eligió la misma capilla para bautizarme, 10 años después, cuando yo era bastante grandecita. Tendría un año. En las fotos tengo rulitos dorados y zapatos pequeñísimos con agujeritos. Y cara de terror. Mi padre hizo algún papelón durante el evento, seguramente cuestionando la presencia del pecado original en su ser angelado o presentándose como "Toti, qué tal muchos gusto encantado" cuando alguien se acercaba a darle la paz como lo hizo en mi comunión. Esa fue la segunda vez que me convencí que terminaríamos todos ardiendo en el infierno de los herejes.
Mi madre me dice que volviendo de una reunión en Olivos ayer, pasó por la puerta de Santa María de La Lucila y decidió entrar unos 40 años después. Parece que el lugar sigue igual, la misma austeridad, las mismas paredes blancas. Dice que se sentó un rato, pensó en lo que había pasado ahí tantos años atrás, su casamiento, mi bautismo, en los que ya no estaban, en que ella sigue de pie, agradeció otro tanto (no es una mujer religiosa) y caminó el resto del camino hasta su casa.
40 años después.

Labels: , , ,

Thursday, September 27, 2012

My Little Porn


Entre las cosas que me fascinaban de chica, eran esas lapiceras que tenían a la chica con traje de baño enterizo y las dabas vuelta y la tinta iba cayendo hasta dejarla desnuda. El socio de mi viejo creo que tenía una y cuando iba al estudio yo la agarraba y la hacía dar vueltas hasta que la chica quedaba desnuda, bueno tal vez no desnuda pero en topless. Me parecía fascinante. Pornográfico, esas tetas blanquísimas de pezones rosas a la vista de todos.
Los vecinos de al lado tenían una chica jovencísima que trabajaba en la casa, Candy se llamaba. No debía tener más de 17 pero yo era chiquita y para mí Candy era toda una adulta. Candy tenía un juego de cartas de póker que en el reverso tenía fotos de minas desnudas y algunas escenas de sexo que un día vimos apoyadas en su mesa de luz. Cuando Candy no estaba, entrábamos a su cuarto desde el jardín y las mirábamos. Nunca nadie nos vio hacerlo, ni los vecinos. Con mi amiga Marité atravesábamos el cerco que dividía las casas (una ligustrina con un agujero en el medio que se había hecho de tanto pasar de un lado al otro) y entrábamos. Las casas eran gemelas así que yo sabia exactamente cómo y dónde estaba todo. La casa de al lado era mi casa pero en espejo. Conocía cada entrada, cada traba, cada ventana que podía empujarse, cada mosquitero que podía correrse. Sin embargo, era raro entrar y ver muebles distintos donde deberían estar los nuestros, mi cuarto del otro lado de la medianera con otra cama y un póster de la mujer biónica donde yo tenía una acuarela original de Grillo, el ilustrador amigo de mi viejo.
El libro de pintores hiperrealistas tenía en su mayoría naturalezas muertas que eran tan parecidas a la realidad que obviamente parecían fotos, piezas metálicas de automóviles que reflejaban a la perfección el paisaje de alrededor, jarras de agua con flores (no hay nada más difícil que pintar que agua dentro de vidrio) que obviamente también parecían de revista y una imagen de un desnudo. Uno solo en todo el libro. Era dos cuerpos enroscados, un hombre y una mujer. No me los acuerdo bien pero sí que era en blanco y negro y que estaban enroscados con "las partes" cerca y desnudos. Algo así como esa foto de John y Yoko. Tan reales. Yo trepaba para buscar el libro y ojearlo. Mama se preguntaría por qué agarraba ese y no los tantos que tenía de Impresionismo (es fanática) o ese gordo de Rafael, o ese otro enorme con Adiós Picasso escrito a pincel en la tapa. Ninguno. Solo éste. Una vez creo que me vio sentada en el sillón con libro apoyado en la falta mostrándoselo a una amiga y se dio cuenta.
 El libro de hiperrealismo ascendió misteriosamente dos estantes en la biblioteca, tan alto que había que treparse a una escalera para agarrarlo. Nunca mas lo vi.

Labels: ,

Sunday, September 09, 2012

Thirteen. Used to say "I loved Sean Penn"



No podíamos tener más de 13, tal vez 14. Puede ser esa cosa aniñada de chica bián de colegio inglés que vive una infancia detenida hasta bastante tarde y de repente cuando arranca, arranca, que me hace dudar, porque estas cosas que me acuerdo parecen más bien propias de alguien de no más de 10, 11 a lo sumo.
La cuestión es que a esa edad hacíamos básicamente dos cosas. Una era ver compulsivamente Halloween de John Carpenter y seguir aterradas la historia de Michael Myers que a mí me parecía lo más logrado cinematógraficamente si de terror se trataba. Supongo eso delata mi corta edad. Apagábamos todas las luces, nos tapábamos con frazadas y poníamos Play en un VHS en alguna casa de esas en las que ya había llegado la súper tecnología. (Tal vez era un Beta, quién sabe...). En mi casa, por ejemplo, no había video. Eramos una casa de televisón y por lo tanto fui de las primeras de mis amigas en tener tele color y después cable. El cine, y mi padre lo sigue diciendo hoy en día, se veía y se ve, en el cine. Entonces me acuerdo apenas de una jovencísima Jamie Lee Curtis, unas agujas de tejer y Michael Myers que nunca terminaba de morir y aunque ya sabíamos que estaba ahí acostado atrás del sillón cada vez gritábamos igual de fuerte. Esa noche, que dormiríamos en las carpas que habíamos montado en el medio del jardín de esa casa en Don Torcuato, gritamos un poco más.
La otra cosa que hacíamos era escuchar I like Chopin o lo que nosotras llamábamos Rainy Days. No sé si estaba en la radio, si la escuchábamos de un cassette o qué pero la cantábamos todo el día y nos sabíamos la letra de memoria porque ya la habíamos "sacado". La tarea de sacar letras era una actividad bastante común en ese momento, implicaba play y pause e ir anotando en un papel cada cosa que creías que escuchabas. Si tenías dudas lo tenías que hacer acompañada y después de doscientas veces de escuchar llegabas a la conclusión que decía "desire" cuando vos escuchabas "desaá". Para alguien con memoria visual y auditiva imposible no acordarme de las letra hasta hoy. Imagine you're face in a sunshine reflection. A vision of blue skies, forever distractions. Used to say I like Chopin. Love me now and again. Rainy days, never say goodbye, to desire, when we are together...Esa noche la escuchamos no sé cuántas veces y la última bien fuerte antes de irnos a dormir y después de ver Halloween como para olvidarnos.
La cosa es que hoy, escucho esa canción en mi cabeza (por suerte ya nadie la pasa en ninguna radio) y me corren escalofríos por la espalda. No tanto por lo mala, que lo es con furia, sino porque de alguna forma siempre me recuerda que Michael Myers anda ahí afuera, escpado de ese hospital, buscando vengarse.

Labels: ,

Tuesday, August 14, 2012

Mate cocido


Cuando crecí, siempre me quedó el recuerdo clarísimo (o no tanto tal vez) de un sabor particular de algo que tomaba a la mañana en la casa de mis abuelos maternos. Por algún motivo durante muchos años no pude identificar qué era y cuando le preguntaba a mamá ella decía no tener idea de qué se podía tratar. Yo estaba segura de que tenía leche y dado que ella siempre había sido una jodida con la leche de vaca y se rehusó a tomarla desde que nació (y aún hoy), era seguro que no se trataba de algo que le hubiesen servido a ella.
Misterio. En el momento yo debía ser demasiado chica como para preguntar porque sí me acuerdo que lo que sea que tomaba venía en vasito de esos con pajita incorporada, de esas que los chicos se quedan mordisqueando por horas. Llegaba a la cama en la que yo dormía, la que tenía una manta enorme hecha a crochet por mi abuela con cuadraditos de lanas de mil colores. ¿Mi juego favorito? Encontrar dobles; cada tanto ubicaba dos cuadraditos idénticos, misma lana, mismo diseño, mismos colores.
Con los años logré identificar lo que era que me traía mi abuela en el vasito: mate cocido con leche y azúcar. Mi abuela polaca era gran tomadora de mate y supongo que me preparaba una versión apta para niños de su desayuno. Mis padres por su lado, nunca estuvieron ni cerca de una bombilla así que caundo dejé de ir nunca más volví a toparme con el mate hasta que fui más grande y empecé a tomarlo y todavía más tarde cuando lo probé en saquito y le agregué leche.
Estoy sentada en una mesa chiquita en Oui Oui, es media mañana y espero a un amigo con el que me tengo que reunir. Llega tarde por la lluvia. Acabo de cortar con mamá que salía de su sesión de rayos de hoy y me cuenta un poco acerca de ese nuevo dolor que siente en la garganta (asumo que bastante fuerte para que ella se queje). Lo cuenta con ese tono a inevitabilidad que tiene ella para todo últimamente aunque es fácil para el que la conoce bien, detectar el dejo de enojo, de hartazgo y muy en el fondo, una angustia diminuta (esta sí casi indetectable y hasta puedo estar equivocada).
De repente, como unos mil años más tarde me pido una taza de mate cocido en Oui Oui. Sí, esto era exactamente lo que tomaba en esa cama enorme de cuadraditos de colores. No hay dudas.



Labels: , ,

Sunday, June 17, 2012

Ricardito



Mi padre me cuenta un sueño que tuvo. Estamos sentados en la mesa con los restos del té que tomamos juntos. Cada tanto me agarra las manos y me dice algo de "qué lindas manos tenés, siempre prolijitas. Las manos en una mujer son importantes". Les da un beso, uno a cada una y sigue con su sueño. Presto poca atención salvo cuando dibuja en el papel. Ahí la cosa se pone mejor porque aún a la edad que tenemos ambos y cada uno la suya, nos siguen divirtiendo los dibujos. A mí especialmente el verlo agarrar el lápiz mina, darle una sacudida justa como para que baje un punto la mina (debe ser una 0.5 2B porque es bien blanda y escribe oscuro). Dibuja la suela de un zapato (perfecto) y en la suela escribe algo como Henry Smith. No sé si una marca real de zapatos de antes o parte del sueño.
-Y en el sueño yo pensaba y me decía a mí mismo “Son como los zapatos que usaba Ricardito”.
Y dice “Ricardito” como si estuviésemos hablando de algún tío o íntimo amigo que todos, o al menos los miembros de la familia, deberíamos conocer. ¿De quién habla? Empiezo a pensar que es un personaje de ficción. Cuando estoy por preguntar quién carajo es Ricardito veo que jadea un poco y en el momento menos pensado llorisquea.
Resulta que Ricardito era un vecino de la cuadra desde que nacieron, hijo de un psiquiatra del barrio. Ricardito fue “adoptado” por la familia de mi viejo, sobre todo por Toti como era de esperarse, que se encargó de ensañarle a andar en bicicleta (teniendo apenas un poco más de edad). Va a pasar un rato hasta que entienda que lo de "adoptado" es una forma de decir. Toti andaba con Ricardito a cuestas a todos lados, lo defendía y lograba que lo reconozcan y respeten dónde fuera (esto me lo dice mi madre más tarde).
-Hasta al Club Olivos con todos sus amigos.
Ricardito tenía alguna discapacidad física (Toti dice espástico, no lo dice pero se mueve en forma grotesca en su silla y yo digo la palabra). Ricardito se pasaba el día en su casa. Toti me cuenta cómo fue enseñarle a andar en bicicleta. Toti siempre enseñó a andar en bicicleta. Lo hizo conmigo, mi amiga Sofía, esa otra chica que entró tarde al colegio y a la que nadie le hablaba, con mi vecina de la esquina, los nietos de su ex mujer, su hijastro.... Para Toti andar en bicicleta es un asunto importante de la infancia se ve, y nunca, desde que fue muy chiquito, dejó que ningún chico a su alrededor se quedara sin aprenderlo. Ricardito y mi padre y mis tíos fueron creciendo juntos. Toti llora, cada vez entiendo menos. Es un rarísimo día del padre.
-Es que Ricardito se tiró abajo del tren. Se mató. No pudo aguantar.
Lo consuelo desde mi silla, tratando de hacerle entender que era algo inevitable supongo. Más tarde llego a casa y llamo a mi madre. Le cuento que Toti está sensible, le pregunto si será la edad, "esto de llorar" le digo. Le pregunto de Ricardito y le cuento de la culpa enorme que dijo sentir mi viejo con él.
-Dice que se quedó con culpas…
-¿Toti? ¿Justo él? Si lo llevó con el toda su vida, le enseñó a andar en bicicleta... hasta me llevó a mí a tomar en té con Ricardito y su padre un día. Ya estábamos de novios…
Iban pasando los años y en algún momento todos crecieron y “llegaron las minas”. Mi madre dice que “he must have felt really awkward”, que todos siguieron con sus vidas y que Ricardito no pudo más cuando se dio cuento que jamás iba a tener la vida de ellos. Dice que mi padre no debería sentir culpa (hasta creo que le da un poco de lástima que la sienta). Con todos los reparos que ella pueda tener con Toti, siempre reconoció eso del buen tipo, de la gran persona.
Me imagino la calle Villate y mi viejo chiquito de pantalones cortos y anteojitos gruesos empujando una bicicleta con un chico arriba. Viéndolo cómo se pierde a la distancia. Me acuerdo de la casa, ahí nomás de la Quinta. Me madre cierra el cuento, aporta esos otros detalles que lo hacen más siniestro.
-Se tiró abajo del tren, del Mitre. Fue una cosa meditada, muy decidida yo creo, sabía exactamente lo que estaba haciendo.
A veces la gente de Olivos decide morir debajo del tren.

Labels: , , ,