Mate cocido
Cuando crecí, siempre me quedó el recuerdo clarísimo (o no tanto tal vez) de un sabor particular de algo que tomaba a la mañana en la casa de mis abuelos maternos. Por algún motivo durante muchos años no pude identificar qué era y cuando le preguntaba a mamá ella decía no tener idea de qué se podía tratar. Yo estaba segura de que tenía leche y dado que ella siempre había sido una jodida con la leche de vaca y se rehusó a tomarla desde que nació (y aún hoy), era seguro que no se trataba de algo que le hubiesen servido a ella.
Misterio. En el momento yo debía ser demasiado chica como para preguntar porque sí me acuerdo que lo que sea que tomaba venía en vasito de esos con pajita incorporada, de esas que los chicos se quedan mordisqueando por horas. Llegaba a la cama en la que yo dormía, la que tenía una manta enorme hecha a crochet por mi abuela con cuadraditos de lanas de mil colores. ¿Mi juego favorito? Encontrar dobles; cada tanto ubicaba dos cuadraditos idénticos, misma lana, mismo diseño, mismos colores.
Con los años logré identificar lo que era que me traía mi abuela en el vasito: mate cocido con leche y azúcar. Mi abuela polaca era gran tomadora de mate y supongo que me preparaba una versión apta para niños de su desayuno. Mis padres por su lado, nunca estuvieron ni cerca de una bombilla así que caundo dejé de ir nunca más volví a toparme con el mate hasta que fui más grande y empecé a tomarlo y todavía más tarde cuando lo probé en saquito y le agregué leche.
Estoy sentada en una mesa chiquita en Oui Oui, es media mañana y espero a un amigo con el que me tengo que reunir. Llega tarde por la lluvia. Acabo de cortar con mamá que salía de su sesión de rayos de hoy y me cuenta un poco acerca de ese nuevo dolor que siente en la garganta (asumo que bastante fuerte para que ella se queje). Lo cuenta con ese tono a inevitabilidad que tiene ella para todo últimamente aunque es fácil para el que la conoce bien, detectar el dejo de enojo, de hartazgo y muy en el fondo, una angustia diminuta (esta sí casi indetectable y hasta puedo estar equivocada).
De repente, como unos mil años más tarde me pido una taza de mate cocido en Oui Oui. Sí, esto era exactamente lo que tomaba en esa cama enorme de cuadraditos de colores. No hay dudas.
Labels: Charlotte on Smells, Misplaced Childhood, Mother
14 Comments:
Hermoso!
Bonitos recuerdos, dulces. De calidez de abuelos. Me encantan tus relatos, te felicito. De veras.
No puede entender que no estés publicada. ¿Con quién hay que hablar?
Me encanta eso tan proustiano que hacés, esos enganches prsente pasado desde lo sensorial. Insisto: bien por transformar lo triste en belleza.
¡Gracias!
Gracias, meks.
donde es oui oui?, me suena bastante
Una diosa como siempre. Hermoso post.
Mi abuela también tejía mantas de crochet. Me hiciste acordar!
Acercate al mate con bombilla, no te vas a arrepentir.
Un beso. AC
Como dijo Rilke, la infancia es nuestra verdadera patria.
Lindo post, rubia.
venía siempre cuando no tenía blog, en 2005, después cuando tuve uno....ahora vuelvo a encontrarme con este hermoso blog, muchos, muchos años después con este hermoso relato.
Es como encontrarme con los sabores de la casa de los abuelos.
Saludos bella
vos me hacés viajar
gracias
Cada boba tiene libro y usted no! Me puse al día. Abrazos a Helen. Y mucha fuerza.
Dónde anda Charlotte??? Habrá dejado de escribir?
No, no, acá estoy...
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