Thursday, January 03, 2013

Realmente


Una de las muchas cosas que me estaban permitidas en casa de mis abuelos (por no decir que casi todo lo estaba) aparte de inundar la terraza en intento fallido de convertirla en pileta, cocinar tortas de barro, disfrazarme con el camisón de la noche de bodas de mi madrina (de crepe de seda rosa Dior hasta el piso con breteles de satén del mismo color) era el armado de una casa propia en el living. Me estaba permitido sacar las sábanas bordadas a mano y almidonadas (cuando digo almidonadas es porque mi abuela les pasaba verdadero almidón de agua de arroz y planchaba cada una ¡qué poco me le parezco en eso!) del mueble de su cuarto. Después había que armar todo un sistema de trincheras con sillas, sillones, la mesa de comedor y pesas antes de cubrir todo con las sábanas. Era un trabajo arduo que llevaba un tiempo de preparación porque tenía que tener el diseño correcto como para permitir la circulación (aunque fuese gateando) con pasillos y “cuartos” especiales a los costados. Cuando finalmente se hacían volar las sábanas hasta que aterrizaban suavemente encima, una podía levantar una punta de algún costado que era claramente la “puerta de entrada” y efectivamente entrar. Adentro, el efecto era perfecto. La luz toda filtrada le daba un aire fascinante, al menos a esa edad, pero ahora que lo pienso aún ahora. Alguna mañana hice la prueba de taparme completamente con la sábana y el efecto perdura, aunque no sé si el atractivo que mantiene es justamente ese, el de recordarme al juego de la infancia. Huevos o gallinas.
Habiendo asignado la “puerta de entrada” había que ser muy estricto con el ingreso y egreso de cualquier adulto desprevenido podía recibir un reto si intentaba hacerlo por lo que era claramente una ventana o peor aún, levantando un muro de concreto de algodón de no sé cuántos hilos egipcios que era obviamente estructural y de soporte.
Anoche, viendo que los dibujitos no estaban teniendo ese efecto narcótico que suelen tener, rápidamente saqué una sábana y armé la carpa entre el bar (apoyando enormes botellas para sostener “el techo” que después  decidí era mejor idea enganchar en el cajón) y el sillón. Primero fue una casa en la que se prendieron y apagaron velas imaginarias “como las de allá afuera” que había que soplar y todo. Cuando ya estábamos metidos los dos adentro con la luz de las velas de mi mesa de mármol colándose, las reales,  de repente se convirtió en un auto. Yo era copiloto, como era de esperarse, (nadie es piloto en auto ajeno) y el destino final era “ahora vamos a maronals”. Hubo un acarreo de la totalidad de los almohadones de mi living y si bien me esperaban para tocar la guitarra ahí afuera ¿quién puede resistirse a un paseo en auto? Más si está hecho de sábanas cuadriculadas, Shape of my Heart es imposible de cantar y el menú gourmet es una hamburguesa invisible servida sobre un almohadón de terciopelo con pájaros exóticos y flores del paraíso. Imposible, realmente.

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3 Comments:

Anonymous Marcos said...

Un clásico Charlotte Papers.

5:42 PM  
Anonymous Evk said...

Poldy Bird.

1:30 PM  
Anonymous Anonymous said...

Hermoso. AC

8:38 AM  

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