Creo que heredé su sentido del humor, aunque un poco más ácido y otro poco más irónico, esa forma de observar que el dibuja y yo escribo, cejas, (la nariz no porque es polaca), esta cosa de tener muchos y buenos amigos.
Cuando me iba a dormir se sentaba en el piso al lado de mi cama, yo sacaba una mano diminuta y le agarraba un dedo. Casi siempre me contaba el mismo cuento, el del escritor que se quedaba dormido y no podía terminar la historia pero venían estos duendes y le escribían una línea cada uno. El señor recién se enteraba a la mañana. Creo que el escritor era mi abuelo. En mis cumpleaños nos hacía jugar a las escondidas pero el nos escondía en lugares insólitos como arriba de una biblioteca o paradas adentro de un paragüero con un impermeable encima. Decía que uno tiende a ignorar lo obvio.
Después de las filmaciones me traía unos discos de cartón blancos en los que venían las tortas de película para que los dibuje. Los buenos los colgaban por la casa. Lo vi llorar 3 veces en mi vida, una cuando se murió su madre y otra hace muy poco. Siempre me asusté, esta sensación de que nunca más iba a poder parar. Lo llorón no viene de su lado igual, viene por línea materna.
Es medio actor, soy media actriz.
Creo que alguna vez pensó que no lo quiero tanto, que soy brava y con demasiado carácter. Esa parte no es herencia, me la armé solita.
Cuando me daba miedo el mar, nadaba más rápido para alcanzarlo y me trepaba a su espalda como ranita y me sentía de lo más segura sin importarme los metros que había abajo ni la cara de terror de mamá en la orilla. Hoy me preocupa que no pise los agujeros de las veredas y se caiga.
Esta noche comemos juntos por
su cumpleaños 79.
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