Sunday, December 30, 2007

St. Andrew´s Fault


Cuando nacíste y crecíste cerca de una estación, las vías del tren ejercen una mezcla de intriga, respeto y fascinación rara. Sabés exactamente dónde están etrificadas-justo abajo de esos planchones de madera a unos metros del paso a nivel- porque tu papá te lo contó mil veces. También te contó de todos los conocidos de su infancia que alguna vez murieron electrocutados por cruzar en el lugar “que no se cruza”. Yo concluí de chica que la gente que se moría cruzando las vías nunca era gente del barrio porque asumí que todos sabían los mismos cuentos que yo y que si estaba la barrera baja, tenías que esperar a que apareciera el señor con la banderita para avisar que la barrera no funcionaba y darte paso seguro. Camino a la de Toti crucé las otras vías, las de Belgrano, las que no son mías. Crucé en ojotas Havainnas rosas y aunque sé que las vías que van pegaditas al cemento al ras del piso no tienen electricidad, no se me ocurre pisarlas. Las salteo con un paso porque son finitas, no deben tener más que diez centímetros y siempre miro a los dos lados, porque en Belgrano, como en Olivos podés ver a la distancia los dos trenes que llegan desde Retiro y desde Tigre. En Olivos, teníamos además las vías muertas, esas pasaban justo por la cortada del San Andrés sobre el final de Rosales y para acortar camino a lo de mi amigo Kito, yo iba hasta la cortada y caminaba por el medio de la vía hasta cruzar a la continuación de Rosales y salir a su calle. Siempre vagueábamos por ahí y aunque estaban muertas nos cuidábamos de pisar siempre pasto o madera, pasto o madera, callados y concentrados. Pasto o madera.
Cuando era chica pensaba que el viejo cartel amarillo con la cruz de San andrés negra que estaba justo antes del cruce de las vías muertas, estaba ahí por el colegio. Después, cuando saqué el registro me acuerdo que alguien me dijo que era una cruz apaisada porque San Andrés no quizo ser crucificado en una cruz igual a la de Jesús. A veces me sorprendo de la de datos inútiles que guardo en mi disco rígido.

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Thursday, December 27, 2007

Arithmetically Impaired



Me llama como envuelto en llamas porque ahora resulta que lo estoy "medicando mal y estoy tomando como dos cachitos más de lo que yo tomaba habitualmente de Rivotril”. Y de nuevo en la misma disyuntiva esa de que si 20 gotas equivalen a tanto entonces tres gotas son una fracción de una pastilla y las pastillas en miligramos y las gotas en mililitros y de repente dudo de todo y me pregunto si lo estoy envenenando por pura torpeza matemática y pienso si existen leyes de inimputabilidad al respecto. Después consulto el Vademecum, sí, claro porque yo consulto el Vademécum y busco las presentaciones de los medicamentos y verifico las equivalencias. Lo que me traiciona a mí es la inseguridad, porque mis primeros instintos son buenos. Rara vez me equivoco. Ni con las personas ni con los cálculos. La primera sensación suele ser atinada, pero después, claro, siempre hay tiempo para revisar y arruinar el resultado. "And time yet for a hundred indecisions, and for a hundred visions and revisions". Porque yo soy el único ser humano que vence todo principio matemático y con los mismos valores y realizando las mismas operaciones, llega a resultados distintos. Cada vez.
Entonces ahora me debato entre las diferencias reales de tomar un cuartito versus tres cuartitos y concluyo que uno debe estar por lo menos dos cuartitos más relajado y tratándose de mi padre eso no es malo. Corto con una trincheta desafilada. Ante la duda le digo que separe los dos pedacitos (que parecen en realidad como desprendimientos fallidos de una DRF que vino mal de fábrica) y que siga con lo que supone era la dósis habitual.
El tema es que yo con razonamientos matemáticos no convenzo a nadie. Al taxista del otro día (el que me robó los diez pesos) sucumbí porque me agarró justito el talón de aquiles. Te vió como la gacela débil de la manada, nena, y te hincó los dientes. Se ríe Martín que sabe lo mala que soy con esto. Solo tenía que repetirle una simple operación. 100 – 8 = 92. Pero no. En vez, me enrosqué en su novedoso truco de arrancar contando cuando bajó el billete de dos pesos sobre el asiento, diez (con el primer golpe), veinte, treinta cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta , cochenta, noventa y dos. Como si ese fuese mi vuelto cuando había claramente 82 pesos ahí.
-Sí señor, pero faltan diez pesos. Fíjese.
Y me pongo de nuevo a contar y llego a ochenta y dos y le digo acerca de los diez pesos. Solo para que el señor arranque de nuevo con su misma técnica y yo me vaya poniendo cada vez más rubia e insista sobre “que así no se cuenta” sin poder recurrir a lo más simple. 100 – 8 = 92. Era tan fácil. Contamos unas tres veces más. Me esperaban adentro, me tenía que llevar el auto, manejar hasta Acassuso, Bellavista, volver. Volvimos a contar. Y no pude, no pude tanto que me fui con mis $82 sabiéndome currada y mirándolo a los ojos mientras cerraba la puerta como puchereando.
-Se que me está currando señor, pero por alguna razón no puedo explicarle en qué. Pero sepa que yo se que me está currando...

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Not dealing with amateurs, Dude.


To some, The Big Lebowski is just a movie. To others it is The Movie. Así arranca. Estoy entre los últimos. La tapa del libro es perfecta. Vestido con su robe está el Dude con su cartón de half and half para preparar el White Russian (recetas varias en el interior del libro) y en la contratapa, The Jesus lustrando su bola.

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Wednesday, December 26, 2007

It's the hap- happiest season of all

With those holiday greetings and gay happy meetings...

No contesta el teléfono desde las 9 de la mañana y siendo las 2 empiezo a preguntarme si me preparó un suicidio navideño o bien lo encuentro muerto en la cama con el diario en la mano. Yo siempre me entreno en los peores escenarios. Después, en comparación, todo es poca cosa.
-Ah, es que vos tenés una imaginación muy florida-me dice F. Bah, yo tambén. Yo me imagino mucho esa escena en la que a Bridgitte Jones se la comen los perros.
-Alsatians. Los perros. She was eaten by Alsatians.
-Ah, sí, eso. Tal cual. O me veo las hormigas trepadas al cuerpo, marabuntas…
Al final nunca se trata de canes alsacianos ni hormigas. Suelen ser cosas más sencillas, menos cinematográficas como el ringer del teléfono en off por confusión.
Sin temor a equivocarme puedo afirmar que he sobrevido una más y el medio vaso lleno: una navidad menos. Sin temor a equivocarse.

It's the most wonderful time of the year
There'll be much mistltoeing
And hearts will be glowing
When love ones are near
It's the most wonderful time of the year

Friday, December 21, 2007

One more for the road

Ayer dice:
-Estoy tan pero tan light que no me da más profundidad que para la los epígrafes de la Caras. Miento, no estoy más que para las fotos.
Y a mí el tema de los New Year Resolutions y eso de andar haciendo balances tampoco me gusta. Eso de tener que concluir que sí, que efectivamente fue un año de mierda no es entretenido así que le re tomé la de andar light por unos días, cero introspección. Epígrafes de Caras y no mucho más, a veces ayuda.
Y después nos reímos a carcajadas las doce en la mesa, acordándonos de la bruja esa que atendía en un Fitito, un Bolita, no me acuerdo si en un boliche en el viaje de egresadas o en una de esas noches en las que nos pintaba ir a Palladium, la que nos tiraba las cartas y unas predicciones funestas. Salíamos todas en pedo y llorando por los pasillos de la disco. A mi nunca me gustó que me lean las cartas, las manos, la borra del café, los granos de arroz, las runas o el iris del ojo. Soy tan influenciable.
La lección no la aprendés más. No se toma Champagne, seguido de vino, seguido de Vodka con Maracuyá. No se hace. Resaca dolorosa. ¿Dónde duele? Duele justo abajo de las cejas, pegadito al hueso, del medio para el centro, a dos pulgares de la naríz. Y no se va con ibuprofeno. Cuando abrís el primer ojo la sentís y después lo único que querés es un balde de agua helada, tomates con limón y sal y dormir hasta que te juren que se pasa. Claro, el tema es que no podés dormir y con cada movimiento de la cabeza sentís como los escasos interiores rebotan contra las paredes del cráneo y todo adentro suena como un gong, con el sonido que tarda unos segundos en apagarse y cambiás de posición y gooooong, de nuevo.
Con un vaso largo, larguísimo en la mano, un Marlboro en la otra me miró y me dijo:
-Nos odiaremos por la mañana.
Nunca tanta razón. Odio. Y la fime promesa de nunca más dejarme influenciar por la frase Un trago más y nos vamos.
Tengo registro preciso de la hora y el trago (venía éste en vaso mediano, mucho hielo y hojita de menta con dos pajitas negras) que debería haber sido el último, ese que te deja afilada y en una pieza. Hay que hacer un estimado de mililitros adecuados y tolerables y prorratearlos durante la noche. Lo demás no es necesario. No suma.

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Tuesday, December 18, 2007

Supongo que la gente hará cosas más terribles

Guardo secretos oscuros en mi casa. En un cajón hay una bolsita con plumas viejas, probablemente plagadas de ácaros que se salieron de una almohada y alguna vez acumulé sin razón o fantaseando con devolverlas alguna vez para inflar mis noches. Mientras tanto están aplastaditas en el cajón y cada vez que las veo me repugnan un poco, me dan un poco de vergüenza pero igual no llego a tirarlas. Pienso en las reacciones que tendría alguien que abriese ese cajón. Todo muy triste. O peor aún, las respuestas que daría durante el careo acerca de la presencia de plumas viejas en mí mesa de luz. Pienso en esas viejas locas, que cuando mueren, dejan solo una llave y que cuando los familiares abren ese cuartito al que nadie entraba en años, encuentran una colección de dos millones cuatrocientos mil ojitos de muñecas de colores en cajitas clasificados cromáticamente y encerradas bajo llave para que nadie, nunca, descubra su rara obsesión.
En otro, en la cocina, una bolsa de guantes quirúrgicos post operación Toti, de igual textura a un Prime entalcado (cosa que gracias a dios no existe) que uso para actividades varias en el hogar. El látex es sumamente útil. Color del pelo, pintar algún mueble cuando caigo sobre los efectos lisérgicos de Utilísima y me da por pensar que La vida es un Bricolage, así tal cual repite el jingle del pavoroso micro televisivo o sacar una mancha con algún solvente tratando de salvaguardar mi esmalte de uñas. Interrogada sobre los usos de guantes quirúrgicos intuyo en mis interlocutores de la seccional, oscuras sospechas: asesinatos, disecciones, tactos. El bricolage jamás entraría en sus sospechas.
¡Y en mi máquina, mi bendita MAC, casi un cementerio de atrocidades! Un sinfín de textos sin sentido que censuré con excelente criterio, fotos en las que salí abominablemente mal, "recortes" de páginas ridículas que navego acá y allá y que rebalsan mi Cache ya de por sí vergonzante, a los límites de que una amistosa interfaz me dice: Please empty cache en un pedido desesperado por hacer lugar. Y en una carpeta, un archivo de nombre disimulado, con un cortísimo MPG que ilustra a la perfección lo que debería ser una perfecta sesión de cunnilingus. Impecable, intachable. La definición del sexo oral. Opino que debería repartirse en las escuelas como parte del Manual del alumno bonaerense (y de cualquier otra provincia), porque no es otra cosa que el Manual de la Felicidad de cualquier chica argentina.

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Monday, December 17, 2007

Liar, Liar, Pants on Fire!

El vecinito de al lado vuelve de su after dado vuelta como una media y se le da por manguerear la vereda y hablar a los gritos con mi portero. Entre sueños escucho comentarios de fútbol, algo que me suena a Tofu pero después es Cafú y alaridos y risas. Miro la pantalla de mi celular y veo 6.52am. No hay derecho. Mando el primer shhhhst! de una larga tanda de chistidos. El vecinito ya los conoce así que decide mandarme a algún lugar recóndito en el cuerpo de mi madre, se queja que le rompo las pelotas "desde que es chiquito" y me invita a chuparle una parte de su propio cuerpo.
Pierdo todo raciocinio. Creo que lo que más me preocupó es el "desde que soy
chiquito". Mide al menos 1.80. Manoteo una decente robe gris y bajo la
escaleras como la bruja mala de algún dibujito. Abro la ventana y desde
arriba como una Julieta mal medicada le grito mis palabras con ojos desorbitados. Incluían frases como:
-Trabajo toda la semana y el sábado, el sábado es el único, El UNICO día
que puedo dormir un poquito más y te tengo que escucharte a vos a los gritos.
Para lograr énfasis repito varias veces las palabras clave.
Después de contarle de mis virtudes de gran trabajadora el me mira sorprendido. Claro, me fui a dormir con dos palitos chinos atravesando mi pelo y a esta altura parecen antenitas. Si fuera actríz famosa o princesa, un paparazzi estaría tomando esta triste foto y redactando en varias líneas como he perdido la cordura gracias a las anfetaminas y un extraño cóctel de vodka y zoloft que me preparo por las noches, por ejemplo. El vecinito se limita a gritarme.
-Poné doble vidrio la concha de tu madre.
Mi discurso de trabajadora no está funcionado. Igual agrego que no
podría pagarlo, que de poder lo haría gustosa. Y acá es cuando los cielos se
abrieron y el primer rayo fuerte del sol que se puede colar entre los árboles me iluminó la cara, solo para delatarme como una perra mentirosa.
-Y además, no tengo ganas de tener esta conversación cuando toda la semana
me rompo el culo laburando y corriendo atrás de mi viejo que está enfermo. De onda te pido que me la remes.
¿Corriendo detrás de un enfermo? Lo miro con mi dos antenitas y cara de víctima. El vecino se queda helado y dice algo como todo bien, loca, de onda y se queda callado por el resto de la mañana.
Sentí la misma culpa y miedo por la venganza divina como esa vez en cuarto grado que fingí haberme caído en el colegio y juré haberme golpeado la cabeza muy fuerte contra la pared. Por supuesto me llevaron al médico y después al oculista. Salí con anteojos y un diagnóstico de astigmatismo meópico contra la regla.

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Thursday, December 13, 2007

Aging gracefully II

Algunas de las curiosidades (no me atrevería decir ventajas) de vivir en Palermo es que ninguno de sus habitantes debe estar a más de tres cuadras de un diván psiconanalítico. No soy la excepción.
Casi siempre me las arreglo para escaparme de casa, caminar por el boulevard y pedirme un café con leche en el coffee shop. Siempre el mismo café (Etiopía), siempre el mismo mozo (morochazo corpulento con panza). Siempre el mismo pedido.
-¿Puede ser tibio? No me lo traigas hirviendo…
Siempre la misma desilusión. Los cafés de Buenos Aires no entienden el concepto. Siempre hirviendo. Imposible de tomar. Pido la jarrita de leche fría que administro con cuidado mientras voy tomando sorbos y el último me lo bajo casi entrados los primeros minutos de mi sesión.
Salgo mejor de lo que entro. Generalmente. Camino atrás de dos viejos que se desplazan lentísimo ocupando casi el ancho de la vereda, sin dejarme pasar ni por derecha ni por izquierda. En otros momentos me hubiese impacientado y hasta hecho un comentario sangrón. Tengo un recién estrenado respeto por la vejez, la ajena y la propia futura. Pienso bastante en la vejez, demasiado, casi como si pensarla tanto y no negarla fuera una forma de control. Pienso en mis reflejos, mi flexibilidad, mis movimientos y toda una vejez a velocidad thai chi.
Mi tía dice que le rompe las pelotas cuando sus amigas viejas le cuentan de sus cogidas. Dice que la imagen le molesta, que de tierno no tiene un carajo. Que le parece maravilloso que cojan pero que a ella no le cuenten. Que el exhibicionismo de la cogida es cosa de los jóvenes, que en las otras mentes (viejas o contemporáneas) recrea imágenes placenteras. Que si ella se imagina a cualquiera de sus amigas cogiendo con sus viejos maridos, se deprime. Mi tía es hermana de Toti, claro.
En la cola de Swiss Medical, se me acerca una señora y me toca el hombro.
-Disculpame, ¿vos sos Charlotte, la hja de Toti?
No había manera de traer al presente la cara. No tenía la menor idea de quién se trataba.
-Soy Cintia. Y mencionó su apellido, el nombre de su padre (un antiguo socio de Toti) y recién ahí supe de quién se trataba pero nunca, nunca, pude unir esa cara que tenía delante a esa otra de casi 30 años atrás, la de una quinceañera en jeans Oxford que me abraza chiquitísma entre Chip and Dale en pleno Disney.
-Ay, Cintia, ¿pero cómo me reconociste? Deben hacer fácil como 30 años que no nos vemos.
-La cara, la mismísima cara. Y los gestos, es increíble. Te veo como de 7 años.
En la casa de mis abuelos había una colección de no se cuántos tomos de El tesoro de la juventud que le había regalado mi abuelo a mi madre cuando era chica. Las hojas de papel biblia, una tipografía grisácea y todas las ilustraciones en blanco y negro. Creo que un sábado mientras mis abuelos dormían la siesta y a mí me habían dejado ahí con ellos por el fin de semana, agarré una tijerita forrada en plástico verde como el que recubre los cables y recorté algunas páginas de El tesoro de la juventud en secreta venganza. Cerré los libros y los devolví a sus estantes. Creo que nunca nadie se enteró.

Tuesday, December 11, 2007

The Rolling Gardens of Babylon

Todas las mañanas me cruzo con una señora boliviana de caderas anchas y enormes tetas, con una colita de un pelo negro azabache que le debe llegar bien por debajo de la cintura cuando se lo suelta. Va empujando un carro bajo que es casi una puerta acostada con cuatro ruedas y encima carga un montón de plantas con flores para vender. Siempre tiene una Santa Rita de un fucsia chillón que se trepa por una caña, un jazmín de leche que solo larga olor por las tardes, muchas petunias de colores y algunas margaritas que no se abren hasta que les pega el sol. Entre las macetas de plástico negro, si te acercás, dormido como en la mejor de las cunas, hay un bebé de unos 8 ó 9 meses. Cuando lo espío por las mañanas siempre está dormido y ni se inmuta mientras su mamá mueve las macetas, le cobra a los clientes y baja los cordones con el carro sacudiéndolo un poco. Por las tardes está despierto a la sombra de las flores y se turna entre chuparse el dedo gordo de alguno de sus pies o jugar con los pétalos que están más sueltos y se le van cayendo encima por Esmeralda que es bastante ventosa.

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Sunday, December 09, 2007

Instant Karma



Creo que si voy a un casamiento más en mi vida cometo una masacre. El tedio de los rituales se vuelve insoportable y lo peor de todo es que igualmente soy de las imbéciles que se emocionan cuando la novia entra del brazo del padre o el amigo del novio “dice unas palabras”. Durante la ceremonia me mantengo impertérrimamente (?) quieta en respeto por los ritos ajenos; con una distancia tan grande que cualquiera diría que vengo de sesenta vidas pasadas de reencarnaciones hinduistas y a dos pasos del Nirvana. Nadie sabe que disimuladamente por dentro y gracias a mi horrible memoria, podría repetir cada una de las palabras que pronuncia el señor de la sotana parado en el frente. Mis únicos movimientos mientras la gente se santigua son para atajar los lagrimones que amenazan con correr la triple capa de máscara para pestañas que apliqué antes de salir y que atentan con dejarme convertida en un mapache, no el indio, el animalito que robaba huevos en lo de los Ingalls, el mismo que Charles todopoderoso, misericordioso, rey del cielo y de la tierra, se negaba a matar.
A media hora del bocinazo en la puerta todavía no se que ponerme. De tener que elegir un color de ropa en el planeta, elegiría el negro. K dice que Pink is the new Black. Yo tengo mis dudas. Paso las prendas colgadas como si fuesen carpetas de esos archivos flotantes.
-¿Es de día o de noche?
-It´s an afternoon wedding- me dice la madre del novio.
What the fuck? Ni de día ni de noche. Comprate este vestidito que es ideal para el crepúsculo.
-Hola sí, qué talseñorita, ¿tienen algo así como para el crepúsculo?
Todavía no está inventado y el protocolo al respecto menos. Paso, paso, paso prendas. Rescato item bizarro que es de doble riesgo. O bien será adorado por mi madre (¿desde cuándo me importó lo que ella opinase sobre mi vestuario?) o bien me mirará entrar por la alfombra roja con ojos cruzados para reprobar con un poco más dulzura de lo que lo haría Joan Rivers. En mi vida le he refregado por sus naríces: jeans con agujeros en rodillas (ambas), nevados y sin nevar, alpargatas con medias tres cuartos y sweaters largos con hombros descubiertos (para ir a la playa, claro), tiradores cruzados sobre pantalones pinzados de Marithé y Francois Girbaud, labios negros y un tapado negro que arrastraba como el tío cosa, un flequillo punk que me paraba con Set Elnett o en su defecto jabón, eso sí, cuando lograba sacarme los guantes de encaje negros con los dedos cortados y acomodarme el enorme moño dorado que me sostenía la media colita.
Cuando en duda, naranja. Cuando todos los demás colores me traicionan, naranja. Se lleva bien con un incipiente quemado de sol y con la luz crepuscular. Me miro al espejo y no se si parezco un Harekrishna con peluca rubia. Ensayo saludos a los comensales y algún paso de baile por si las moscas. Es cómodo. Me pruebo una vez más el caballito de batalla en negro, tan tentador el. Lo dejo. Opto por el Harekrishna y te impresiono con el make up, un recurso barato al que vengo recurriendo seguido. No siempre funciona.
Dicen que las mujeres se visten para las demás mujeres, para las demás mujeres y sin saberlo para las miradas desaprobantes de sus madres. Casualmente, la mía, entretiene a una señora durante el coktail contándole como mi abuela le prohibió la salida cuando una vez se vistió con una pollera tubo negra, una polerita del mismo color, un pañuelito al cuello y ballerinas negras. No la dejaron salir. Karma, pienso.
Con un langostino en una mano (casi del mismo color que la sombra que elegí para los ojos) me acomoda un poco el pelo y me sonríe.
-You look beautiful, baby. Orange really suits you, che. You should wear it more often.
Y veníamos con todos los edipos y las electras triunfantes.
-Besides, para dejar un poco el negro, ¿no?
Karma.

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Friday, December 07, 2007

Just Shopping Around

Anoche comí con amigos abajo de la autopista, donde está Piégari y esos. Siempre me sorprendió que algunos de los restaurantes más caros de Buenos Aires estuviesen ahí abajo. Esa noche que estábamos en el piso veintialgo mirando por la ventana y seguramente fumando alguna cosa le dije:
-¿Sabés adónde quiero ir? A un puterío, cabarulo, esos lugares solo para tipos. Me embola que no podamos ir las minas a conocer esos lugares.
-¿Querés ir?
-Re.
-Vamos.
Caminamos las pocas cuadras hasta la esquina de Alvear, justo enfrente del hotel mientras me dictaba las instrucciones.
-¿Y si me encuentro con un amigo de Toti, ponele? ¿O marido de amiga?
-Te quedás callada. Este no es tu territorio, ¿ok?
El clásico caballito y Black escrito con letras. En la entrada un señor altísimo nos recibe, lo mira a el, a mí, de nuevo a el.
-Buenas noches. Y nos hace pasar como si fuésemos ahí todas las noches.
Yo ponía cara de relajada por si registraban mi emoción y decidían arruinarme el programa. La señorita de la entrada, de profundo escote también nos miró de arriba a abajo y dijo sonriendo:
-¿Conocen la mecánica del lugar?
La mecánica del lugar. Yo tenía instrucciones de no hablar.
-Sí.
-¿Fueron recomendados por alguien?
-Rocco, de Piegari.
Miro sorprendida y armo montoncito de dedos maleducado pero disimulado con solo tres dedos como preguntando, ¿de Piegari? ¿Qué decís, man? Me toma de la mano solo para bajarla y mirarme con cara de Calláte nena.
La mecánica del lugar era simple. Mucho extranjero con billete (era febrero) mucha chica linda bailando. Una hizo inclusive un baile sobre la mesa y todo. Yo me di el gusto de colocar billete debajo de la tirita de la bikini y sonreir. Sólo había que seguir una instrucción.
-No hables con las chicas que si no piden el trago Black y nos cagan mal.
Eran las épocas en las que en Buenos Aires todavía se podía fumar. Hice señas a una para que me diese fuego. Algo así como en "Dígalo con mímica y no hable con las trabajadoras de la noche porque sale caro". A otra le pregunté por el baño, ya sin mímica.
-You´re not sticking to the rules, girl- el es muy estricto en sus reglas- behave.
Cuando se acercó la chica con la caja de cigarros preguntando si queríamos hacer contacto con alguna de las chicas yo decidí comportarme.
-No, gracias. Estamos mirando nada más. Cualquier cosa te aviso.
Una frase que me conocía de memoria de haberla repetido y repetido en cuanto negocio chino y shopping me he metido en mi vida. Fueron dos segundos más y de repente tuve una urgencia espantosa por irme,
-¿Vamos? La prostitución me pegó para atrás.


Amnesia. acabo de ver que esto ya lo había contado acá. Claro, cada vez que paso abajo de la autopista pienso lo mismo. Asociación instantánea.

Monday, December 03, 2007

The Lord of the Manor


Y resulta ahora que me dan miedo las cosas, en realidad no "las cosas" sino más bien "algunas" cosas. Cosas como dormir las tres solas la primer noche en Little House in the Big Woods, cosas como imaginarme desde escenas de la malísima Blairwitch hasta Sasquash haciéndose camino entre las piñas del lugar. Porque little House in The Big Woods quedaba tan literalmente en The Big Woods que lo más cercano no quedaba a una distancia lo sufientemente audible para un grito en el medio de la noche, para tres gritos en el medio de la noche.
¿Qué distancia recorre el sonido de un grito en el medio de la noche? Me respondí sola que como hasta la casa naranja que se ve chiquita del otro lado de estos árboles. No me sirvió de mucho consuelo y me metí primera en la cama para dormirme antes mientras las otras dos se lavaban los dientes, cambiaban, peleaban por la cama más grande y hacían ruido con el cierre de los bolsos que se abrían y se cerraban.
Y así, con las dos manos abajo de la almoahda y la cabeza mirando al lado derecho (generalmente intento dormirme así) me doy cuenta de un dato tremendo: me daría menos miedo si en la casa hubiese un hombre, un varón con V, ahí me daría menos miedo. Ilusa. ¿Desde cuándo esto? Tomo nota para Sr. Transferencia. No es dato menor. Casi lo veo sonreir desde su silloncito al muy turro.
Al día siguiente con el sol que pegaba justo sobre la ventana de nuestro cuarto, Little House in the Big Woods parecía totalmente amigable y de lo más razonable encontrarlas a Carrie y Laura jugando afuera mientras la Sra. Ingalls calentaba el desayuno.
La segunda noche fue distinta. En el camino hasta la casa nos informan del robo en el lugar. Los policias en su camionetas blancas aseguran que los ladrones deben andar por el lugar. ¿No era acá que la gente no trababa las puertas de sus casas? En fin. Cuando llegaron al lugar concluyeron que la casa robada había sido la nuestra. Razonamientos deductivos básicos. Lo único que vieron fue un cuarto revuelto como si le hubiese pasado un twister por el centro. Bombachas, corpiños, maquillaje, n remeras blancas negras y de colores, tacos, zapatillas, botellas de perfume, bikinis mojadas del día, ojotas y toallas. No eran los cacos. Era nuestro cuarto.
-No, no entraron acá señor. Es nuestro cuarto, acá no falta nada, lo que pasa es que salimos apuradas…
Cuando se alejaron nos miramos.
-No da, boluda. Pensaron que habían rateado en casa. Ordenemos.
Esa noche ya habían llegado el resto de los invitados. Entramos las tres a dormir en nuestro pequeño Vietnam dentro de la casa asignada en el mail. Las otras dos casas estaban lejos. Con cacos dando vueltas y tres varones durmiendo a dos cuartos del nuestro, yo dormí como una reina hasta las 11 y 17.

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B&B (Beach & Beer)