Las bajas
Parece que ahora se junta con los mozos de la parrillita de la vuelta y no sé qué día de la semana hacen magia y a veces se suman los médicos de guardia del Rivadavia. Anoche, en su casa, me hace trucos desde la puerta de la cocina mientras preparo algo rápido para que comamos juntos después de un tiempo de no vernos. Después hace una lista del equipo que jugó contra los Sprinboks y me recuerda que dejó de jugar el año en que yo nací.
-Porque ya eras veterano y porque mamá no te la remaba un año más.
-¿Porque mirabas para otro lado?
-Para que no se note que soy bizco.
-Je. Sex symbol. Eras bastante apuesto, eh.
-Sí, claro. Bizcocho y todo.
Le muestro la foto entera y le pido que me enumere a todos los jugadores. Me da los nombres entre los que reconozco a varios y los puestos uno por uno con alguna anécdota.
Habla con su amigo el Flaco y hacen la lista de los teléfonos. La charla es del tipo:
-¿El Negro vive? ¿Y Taca? Flaco, la puta madre, no tenemos Capitán. Somos menos vivos que espichados, Flaquito.
Pero se ríen. Mi viejo se hace el canchero con la muerte pero después le duele un hombro y cualquiera diría que la vio ahí en la entrada, parada en la puerta, esperando.
Me regala una robe blanca; esas de hotel 5 estrellas y la mete en una bolsa haciendo un bollo desprolijo. Misma impaciencia heredada.
-A las minas les quedan lindas las robes blancas de toalla.
Ya lo sé. Siempre me lo dijíste y por eso siempre tuve una. Ahora tengo dos.
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