Las
sandalias romanas que traje pensando que serían lo más acorde para transitar el
cien por ciento de estas calles adoquinadas quien sabe de cuando, no han
resultado ser lo ideal y me turno entre eso y un par de ballerinas de animal
print que son la mismísima muerte y además no pegan con nada. Cualquiera diría
que es una frivolidad pero se equivocan, Roma se merece lo mejor y además no
hay nada más deprimente que ver ese espanto de "equipito de
vacaciones" con los que la gente sale en las fotos. Concluyo que los
romanos tomaban más carroza de lo que caminaban, al menos en verano. Atravesar
el Circo Massimo hasta llegar al Trastevere y de ahí al Vaticano y de vuelta a
la Vía del Corso (entiendo por qué le dicen así con la masa de turistas y
locales que te llevan puesta a contramano) y terminar la noche en un bolichito
ruidoso con aceite de oliva y vino tinto en cantidad y la sensación de que la caída
Piazza Nabona- Plaza Vea va a ser de lo mas estrepitosa cuando vuelva.
Caminando
por el Trastevere recibo un baldazo de agua (o eso creo que era al menos) que
cae desde lo más alto de una ventana y seguramente desde la sacristía mas
lejana (hay una chiesa cada dos metros) se escuchó el "andate a la reputa
madre que te recontra parió" todavía se escurrían las ultimas gotas cuando
terminé el grito.
Y
nadie se asomó.
-¿Entendés
que esta hija de puta de repente me acaba de tirar encima el agua en la que escurrió
el trapo con el que lavó el baño?
Roma
no me da mucho tiempo para enojarme con nada, ni con el dolor que siento en
cada músculo del cuerpo por pasármela trepando a las torres más altas desde
Siena a Montepulciano, ni quejarme demasiado de esta boca con botox que he
adquirido (la que la madre de mi amiga pregunta si se inflama por mucho besar) y
el Carmex que me paso cada dos segundos por los labios. Roma tendrá
indefectiblemente este gusto a alcanfor que tengo en la boca.
Miento.
Y a las fiori de zucca, las bruschettas y el final de las dos botellas del chianti
que nos tomamos esta noche.
Mi
italiano sigue mejorando o es que ya perdí la cordura por completo (y la cara).
Camino por la calle cantando Grande, Grande, Grande de Mina y aplaudo este cliché
en el que me he convertido mientras leo un mail desde la distancia que es algo así
como mi guía espiritual por Roma. Y si no canto, lloro y me escondo atrás de
unos Rayban cancheros para que nadie sepa que me enamoré de Italia y que a
veces cuando te enamorás mucho, llorás un poco también, de la emoción, porque
otra vez más es uno de esos amores imposibles.
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