Olivos me viene a la cabeza estos días, no como el lugar al que se quiere volver porque todo indica que yo no quiero volver de donde me voy pero sin querer vuelvo. Siempre supe que soy una mina de duelos largos. Cerré las puertas de Mansilla (la de entrada y la de mi departamento propiamente dicho) y nunca más pensé en volver ni extrañé. Me acuerdo de lo lindo que era así en su diminuta belleza pero nada más, no es melancolía ni nada parecido.
Me encuentro hablando de Olivos, acordándome de los lugares por los que pasaba, cómo corrían las calles y los 7 escalones de madera que subían a la entrada, cómo entraba la llave chiquita en la cerradura y abría con media vuelta para la izquierda y la Trabex que cerraba de adentro con una vuelta entera y sólo se usaba de noche.
Me acuerdo del baño chiquito de abajo al lado del comedor y una marca que tenía arriba del picaporte con tres triangulitos marcados en la madera oscura que solamente yo había descubierto de muy chica y había bautizado “la puerta de los 3 triangulitos” y nadie más sabía cuál era. Porque nadie los había visto, porque eran cosas que sólo un chico descubre, tan intrascendentes que ¿a quién podría importarle? Y mucho menos esa teoría que tenía yo acerca de que había uno para cada miembro de la casa.
-En esta casa hay una puerta con 3 triangulitos y sólo yo sé dónde está.
La afirmación no causaba gran revuelo en la comida. Hago una nota mental de escuchar a un hijo/hija acerca de sus grandes descubrimientos.
Años después, las pocas veces que usaba el baño de abajo, los volvía a encontrar y les pasaba el dedo por encima. Eran nada más que muescas en la madera pero sí, seguían siendo triángulos. Intrascendentes.
Siempre pensé en escribir un cuento (uno que nunca escribí, pero juro que pensé) en el que llamaba a mi vieja casa de Olivos, al mismo número de teléfono ese que todavía recuerdo de memoria. Del otro lado atendía yo, la
otra yo, o la misma yo pero una yo de entonces. Y charlábamos. Un rato largo. Y yo le contaba de mi vida y preguntaba todas esas cosas que ya no me acuerdo y que sé que me debería acordar. Yo preguntaba y yo contestaba. La otra yo seguía viviendo ahí y sabía todo lo que yo hoy no me acuerdo. Pero yo podía contarle cómo habían terminado las cosas y eso ella, yo, no podía saberlo.
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