Mi madre había cumplido obedientemente con sus clases de piano en un conservatorio municipal hasta completar todos los años como Dios manda (y mi abuela). También cuenta la leyenda familiar que un día el piano fue invadido por ratas; la fumigación no fue efectiva y el piano fue incendiado (esta última parte la invento, puede haber sido regalado o simplemente puesto en la puerta de entrada para que el alguien se lo lleve). La cosa es que mi madre no volvió a tocar.
Y fue feliz.
Por alguna extraña razón, supuso que
yo querría tocar piano (puedo haberlo mencionado alguna vez, con la misma credibilidad que dije que quería ser bailarina clásica a los 4) y durante unos meses tuvimos prestado el piano de mis primos y al tiempo, dado mis avances (¿?) decidieron comprarle el Steinway a los vecinos de al lado.
Toqué en un Steinway durante varios años. Un despropósito. Aprendí a leer música y solfear. Mi profesora era una tal Margarita a la que engañaba metódicamente todas clases anotando en lápiz muy clarito las notas en clave de fa para la mano izquierda. Así en los acordes había anotaciones apenas distinguibles que decían cosas como la doS (por do sostenido) re fa y cosas por el estilo, hasta que Margarita agarró la goma blanca Staedler y se encargó de cortarme la jodita. Ahí fue que decidí que no quería ser pianista, ni bailarina clásica para el caso, sino cajera de supermercado y para eso se requerían uñas larguísimas, cosas que claramente no podía hacerse siendo pianista. Mi vida como supermercadista se veía frustrada por un patético Czerny y algún otro librito infame de escalitas malvadas. Muy a pesar de mi madre, al grito de "Un día te vas a arrepentir", abandoné las clases de piano.
Y fui feliz.
Y jamás me arrepentí. Lo del supermercado fue evolucionando hacia otros lados y todavía me entusiasma lo de las teclitas. Escribir es un buen reemplazo.
Mi madre decidió sabiamente que la frustración era de ella y retomó sus clases.
Con Margarita.
Cada tanto Toti nos pedía alguna piecita a cuatro manos y jugábamos a los Von Trapp un rato. Toti suponía que el mundo era un lugar maravilloso y que nada malo podía pasar con dos rubias tocando el piano a cuatro manos.
Y Toti fue feliz.
La otra noche en el Colón escucho un dúo de pianos. Los veo y escucho hacer cosas imposibles. Me conmuevo. Un rato. Después pienso que estoy para un trago más que ese champagnecito tacaño (a $40 la copita, Dios mío) y el sótano de L´abeille es un buen destino. Si mal no recuerdo esta era la ubicación de Mau Mau y si no era ahí, era al lado. Mucho más a gusto en este sótano en el que mis viejos bailaban.
-¿Por qué ustedes iban a Mau Mau con mamá, o no? Eran bastante bolicheros...
-Sí, claro. Y a Reviens en Olivos, porque en esa época, los buenos boliches estaban en Olivos.
Porque parece que hubo una época en la que Olivos tuvo onda. Yo me parece que la perdí, claro.
Labels: Herencia, Me adorable me, Mother, Olivos, Toti