Lejos de mi fin de semana
lejos, cantando con voz suavecita y una guitarra me encuentro llamando amigos que no me reconocen al teléfono y me confunden con un travesti y deciden bautizarme Charlotto y el peor resfrío del que tenga recuerdo y una otitis o mid-ear infection sólo un escalón por debajo a la que en el 2002 casi me impide tomarme un vuelo.
Si fuera Claudio María Domínguez tendría un programa pedorro en tevé vespertina pero podría decir cosas como “hay que saber escuchar al propio cuerpo”. Y el propio cuerpo me decía y le decía a mi amigo infectólogo (que partía a Viena esa misma tarde) que debería recomendarme los pasos a seguir si este cuadro viral pasaba a bacteriológico. Ya parezco mujer de médico.
-Es raro en adultos.
-¿Qué hago?
-Amoxilina, pero no va a pasar.
Pasó y el Trifamox Dúo descansa cómodamente junto a la pseudefedrina, algún corticoides, paracetamol y otra pasta que ya me olvido para qué servía pero que el médico de guardia anotó con esa letra de mierda en un papelito mientras yo llorisqueaba y preguntaba cuál de todos iba a acabar con el dolor.
Y hay que saber que una junta pequeñas obsesiones, en este caso directamente relacionadas a mi pequeña nariz y los pañuelitos habituales esos que dicen tener la suavidad del culito o el pompón de un conejito de angora bebé no son tal cosa y hay que gastar fortunas en otros que dicen
dermoseda y
relájate con aromaterapia Kleenex de manzanilla. Son dos productos distintos los que una puede usar para llorar en lo de Sr. Transferencia y los que puede necesitar para sonarse la nariz ininterrumpidamente durante 3 días de reposo obligado.
Amigos llaman, pasan, cuidan y proveen víveres.
La cama se convirtió en mi reinado en estos 3 días de encierro y sólo bajo a buscar algo que pueda faltar porque todo lo que necesito está
at an arm´s length, todo resuelto en este cuadrilátero salvo mi aburrimiento. El control remoto, la Blackberry, Dermaglós, Kleenex, botella de agua, 7 Up free, bolsa para tirar Kleenex, un libro que no toco, inalámbrico y N almohadones en la espalda.
Cuando me enfermaba de chica me dejaban quedarme en la cama de Toti y mamá durante el día. Jugaba a que vivía en un barco y armaba toda una barrera de almohadas y almohadones alrededor que delimitaban el territorio. Me pasaba toda la mañana ahí esperando que arrancasen los primeros programas (¿Patolandia?) y después con un timing exacto llegaba mamá del laburo y subía con una bandeja para la hora de Los 3 chiflados (que me parecían de lo más violentos) y ahí una breve espera hasta alguna novela prohibida de la tarde que me comía a bocanadas.
-No hay que ver muchas novelas porque después tu vida se convierte en una.
Eso decía mi vecina.
Nadie me sube la bandeja; las desventajas de vivir sola, pero me armo un plato decente en un promedio de 3 minutos, esquivo los almohadones y me acuesto. Pasaron dos mil años desde entonces y por suerte hay TV 24 horas.
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