Doña Flor y sus dos amigos
El pollo al horno es irreproducible y Richar en la barra nos malcría como un hada madrina acercando los platitos con ese menjunge de apio y roquefort, el jamón serrano y chocolatitos de yapa con el café. Las banquetas son altas y mis sandalias (aunque altísimas) apenas llegan a apoyarse en el barral de bronce cerca del piso. Siempre siento que debo parecer una versión un poco más sofisticada y sexy de Chirolita.
Cuando comemos, ellos me dejan siempre sentarme en el medio y a uno le gusta que le pase las uñas por la espalda mientras charlamos. A mí me gusta esta licencia de poder tocar a los amigos, sobre todo esos a los que una no pasó por las armas y tiene vía libre para manosear sin demasiadas excusas y sobre todo si son lindos como éste. A la izquierda las cosas son más complicadas.
-Vos fuiste el número 4, le digo. Y se lo confirmo con todos los dedos de la mano haciendo bailecito, menos el pulgar.
-Siempre las manos impecables, vos…
El se dejó una barba rara que hace que mi cabeza piense cosas extrañas cuando se la miro.
-La agarraste amateur.
-No te creas, eh, no te creas.
-¡A ver si dejan de hablar de mí como si yo no estuviese, che! Pero es un alivio saber que mi reputación está intacta.
A la derecha me sonríen. Yo sonrío. A la izquierda media sonrisa y guiño de ojo. Devuelvo la media sonrisa, parpadeo largo y revoleo los ojos un poco.
-Some things improve with time, baby, you have no idea how much.