Y es el caso probablemente con Thomas. Divino ejemplar
alemán de treinta y pico, que me presentó G el años pasado mientras recorría el mundo. Bueno en apariencia como lassie y con un gran punto a favor, lo que parece ser al menos una incondicional devoción por Charlotte, por ende eu.
Comida en el Sofitel (porque el año pasado ya recorrimos absolutamente todo el circuito Palermo, todo), embobado me observa pedir el vino, elegir el Alto Las Hormigas, indicarle a la moza como le gusta su carne, que el agua es con gas y el
pimentero cerca por favor, el pimentero cerca.
Cómo llegué a retener tantos detalles, tantos detalles que me hacen innecesariamente irresistible al pobre Thomas que me mira desde el otro lado de la mesa tratando de descubrir en mi mirada, mis gestos, una señal que le indique que algo cambió en estos meses en los que viajó por Latinoamérica. Algo que le indique que
hay una mínima chance de colarse antes de que yo cierre definitivamente la puerta (como hace Spot, el gato de mamá que espera a ultimo minuto, a ser casi seccionada por la puerta para mandarse).Y sin embargo hay pocas chances de que esto suceda,
esto no va a cambiar. Lo sé. Y juro que hice un esfuerzo de mirarlo, de tratar de conmoverme porque es bueno, interesante, le gusta que le lea mis poetas favoritos o al menos finge disfrutarlo. Esfuerzo por encontrar algo en ese pelo rubio, en esa cara, en esas doblevés que suenan a V y entonces es *Vinter* en Buenos Aires y su empresa tiene una *vev site* muy copada y toda esa madre. Porque encima Thomas es
power, con 2 empresas en Hong Kong, una vendida para bancarse este año y medio sabático viajando por el mundo. (Acá hay que comentar el bocadillo de mi amigo O, que dice, pegá el braguetazo nena! Te ha gustado cada mamerto!!! pero *nunca fui del braguetazo* ni nunca lo voy a ser) estas insistentes visitas a Buenos Aires con otro fingido o no, jamás lo sabré, interés por esta ciudad, un tipo interesante, viajadísimo, que disfruta de la vida y el Malbec, que cree que la vida es otra cosa y ya no el vicio acumulativo de Hong kong, que quiere abrir un hotel en el Delta y llevarme a tomar vinos a Mendoza si tengo tiempo. Pero lo que no tengo son ganas, no me imagino abrazada a esas espaldas, mucho menos desnuda en esa cama abrazada a ese cuerpo y dejo que las copas de vino hagan su trabajo y me llenen de alguna humedad promisoria y nada. Nada de nada.
Un abrazo como a un hermano que no tengo y una mirada que no me voy a poder bancar demasiado más y subirme a un taxi de vuelta a casa, casi a los apurones “because it’s
terribly cold”, cuando yo estoy mucho más fría que la noche esta y me tengo que subir a este taxi y decirle “A Palermo por favor”. Lléveme de vuelta a casa que
hoy de nuevo duermo sola.