El colegio de noche
Le doy vueltas al evento, que voy que no voy que voy que no voy. Así de movida 20 años de egresadas me parece una cosa monstruosa, una barbaridad de años. Paso por doscientas versiones de atuendos que no me convencen. Parece mentira pero cuanto más una se preocupa por lo que se va a poner, más suben las chances de patinar con la elección. Saco por ejemplo tres cosas que no uso jamás. Por suerte opto por un can´t go wrong. El pelo bien, compruebo en el espejo, aunque muy sujeto a arruinarse en breve por la humedad del ambiente. Jeans, sandalias altas que odiaré en la mitad de la noche, lipgloss. No a la súper producción, genera dudas.
Entramos en el colegio de noche, la glicina, la parra, la fuente. Fumamos un cigarrillo en venganza supongo. Todo ambientado así muy living Gancia, mucho tul blanco y sillones blancos y mesas bajas blancas y escaleras con pétalos y velas y el stage ahí alto como para el assembly de los lunes a la mañana y el micrófono ahí esperando y una escalera para subir que me daba el mismo miedo que a las vedettes bajando del Maipo. Dado que tenía la misma altura de tacos que de vino blanco en sangre, había razones de sobra para preocuparse. Subí confiada. Yo puedo hacer el switch rápido a la actuación, la mínima como para que no te agarren los nervios, agarrar el micrófono y hablar. Lo hice. Lo hice bien. Risas, aplausos, antes , durante y después. Fue más stand-up que speech. Sin leer, con pausas de “please insert funny joke here, pause for audience reaction, continue” que siempre funcionan. Miradas al público, apenas chequear el papelito que estaba ahí por seguridad más que otra cosa, cerrar y bajarse. Listo, terminó. Hasta los 30 no vuelvo a subir. Igual, tranquilizante saber que no he perdido la habilidad. Hoy más mails de felicitaciones.
En el auto F me dice qué loco cómo te quiere la gente. Me río. Me río y miro por la ventana. Hace calor. El vino blanco y el calor se llevan raro. Estuvo bien.