Me fui de la oficina toda lágrimas, toda llanto premenstrual. Paré un taxi.
-Santa Fe y Montevideo, por favor. Bajemos por esta hasta Arenales hasta…Agarre la que quiera, señor.
Hay días en los que no tengo energía ni para jugar a la control freak. Me canso.
El chico que lava el pelo me llama por mi nombre y después me lleva en silencio hasta las piletas. Me ofrece un café, digo
después, gracias, me pone una toalla alrededor del cuello y tomándome de la frente me tira para atrás para que me recueste.
-¿Cómo está el agua?
-Bien.
Tiendo a querer parecer poco complicada con la gente. Engaño.
-¿Sabés qué? Un toquecito más de fría…
Me moja el pelo con la manguera. Me pone el shampoo. Oigo la espuma y la siento chorrear pero no hago ningún movimiento. Pareciera como que me lee la mente. Me seca los costados de la frente con una toalla. Enjuaga. Segunda vuelta de shampoo. Acá me hace un masaje tan pero tan suavecito que estoy tentada de abrir los ojos para verificar que no se esté desvistiendo. Me reprimo. Me entrego. Después se pone más intenso, sobre todo en los costados de la cabeza, presiona con los dedos. Todo es tan íntimo que si me hubiese dado un beso en ese mismo momento no me hubiese sorprendido. Pero no claro, a este chico no le gustaban las chicas, ni las clientas de la peluquería si viene al caso.
Dimi se iba a las 8 y mis ganas de que me arreglen la cabeza al menos por fuera eran demasiado fuertes como para esperar a otro día.
-¿Si no es Dimi quién puede ser?
-Lili.
Lili me desmechó, me cortó un flequillo, me secó y me devolvió como nueva.