CMYK
Los carteles que colgamos hace unos años están decolorados. Les pegó el sol fuerte que entra desde el río atravesando la pista. Están azulados.
Rojos, amarillos, cian, últimos. En ese orden se decoloran las tintas.
Me gusta cuando K me explica estas cosas. Primero se van los rojos, después los amarillos por último mueren los cian. Parece el cronograma del fin del mundo.
Le doy instrucciones al fotógrafo de que quiero tomas de las turbinas y de la cola y alguna del sol pegando en las alas. En la confusión de luces, cables y gente termino por confundirme un Lear 35 con un 31 y anoto mal las tomas.
Pararse atrás del fotógrafo. Como cuando uno está cazando. Para no salir en la toma. O baleado.
A la noche en Voulez Bar me encargo de pedir y probar el vino yo. Tomamos una botella y F y S piden dos copas más cada una. Yo me abstengo. Tengo el auto de mamá estacionado sobre Cerviño y ya no puedo pensar en las maniobras para sacarlo. Menos después del ataque de risa que tuve cuando F cuenta de su vecina loca a la que se le da por levantarse la remera y estirarse los pezones con dos dedos.
-Así hace. ¡Ting!
Y me la imita justo cuando ese chico que iba al San Andrés se acerca a la mesa a saludarnos. For yet one more time. Y ese otro que solo sale con modelitos o jinetas sin cabeza se hace el lindo y también se acerca a la mesa a saludar.
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