You better watch out, You better not cry
You better not pout, I'm telling you why...Santa Claus is coming, to town.
De chica nunca supe de qué se trataba eso de pout y por las dudas, asumía que yo eso no lo hacía. Una navidad había un regalo alargado, bastante grande que yo espié anticipadamente y concluí que se trataba de un skate. Ilusa, tratándose de mi madre nunca me hubiese regalado eso, en todo caso hubiesen sido libros con ruedas. Cuando llegaron las doce y lo agarré palpé el encordado a través del papel y fue un segundo de desilusión. Raqueta de tenis. ¿Con qué iba a seguir esto? ¿Con clases, un tubo de Dunlop? Efectivamente. Clases con Horacio después de hora en el colegio, frontón los fines de semana mientras Toti y mamá jugaban unos sets y después los dos se tomaban turnos para jugarme un rato. No fui Gaby, ni cerca. Tampoco tuve skate, claro. Entonces tampoco fui skater.
Mamá en cumplimiento de sus regalos prácticos para la mujer moderna, me reemplaza las ollas de casa. Una no se da cuenta, pero después de 10 años o más viviendo sola, las cosas de la cocina se gastan tanto como si hubiesen sido parte del ajuar de una novia. Mamá compensa siempre: regalo útil, regalo frívolo. Entonces mis ollas venían con una cartera adentro.
Y mis súplicas al universo fueron respondidas por L y el primerísimo de enero anoto mi primer appointment del año en mi Moleskine así red red red que me pega con las uñas y eso.