Era una Super 8 clásica, de esas que agarrabas casi como una pistola y disparabas de la misma forma. Como una pistola. Con zoom ruidoso y las letras T y W para ir adelante y atrás. Adelante y atrás. Y pilas que se cargaban por debajo, por el mango. ¿Cómo se llama eso en una pistola? Nunca disparé un arma de puño; sí escopetas para matar perdices que largan perdigones. Esas y un aire comprimido. Pero de todas formas, si lo pienso, así apretando un botón era como un gatillo y empezabas a filmar. Sabías que estabas filmando porque el ruido era fuerte, imposible ignorarlo. Algo pasaba ahí adentro y vos tenías el ojo pegado y veías el cuadro, el circulito y el sonido te llegaba al oído.
En una época me la llevaba a todos lados. Filmaba pavadas. Hay una secuencia de minutos de animales de la granja: gallinas batarazas amontonados, chanchitos que salen del corral en fila caminando en esas patitas diminutas (“como en tacos” dice una amiga) y un ordeñe con primeros planos del chorrito que sale disparado de la ubre. Después hay otras tomas urbanas un poco mejores. Pensando en que no tendría más de 9 ó 10, no es tan grave la baja calidad filmíca.
Cuando se revelaban, Toti me las traía a casa y las editábamos. Yo me imaginaba que las traía del Laboratorio Alex, de Alex, como las de él.
Yo sabía prender perfectamente la moviola y enroscar la película. Prendías la luz y a mano le dabas vuelta a las manijitas. Veías pasar en la pantalla todo: los chanchitos en tacos en cámara lenta, en versión Charlie Chaplin (con la explicación de Toti de los fotogramas, el ojo, la velocidad) o en versión Benny Hill con chanchitos en tacos a trote histérico.
Cortar y pegar.
Editar.
Poner aunque sea las imágenes de la tranquera de entrada al comienzo, “algún relato” sugería Toti.
No me volvía muy loca filmar. Me gustaba ver cuando mi viejo lo hacía. Tampoco demasiado editar, salvo que lo sabía hacer y eso parecía caerle bien a mi padre. Algo en el orden de “mi nena, la que sabe usar la moviola”.
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