Brunello di Moltalcino
Salimos de Tegui y me sorprende lo notablemente cerca que estamos de casa. No termino de ser del barrio como corresponde. Doy tres vueltas a la manzana y creo que migré. El GPS subcutáneo nunca fue lo mío. Llegamos los cuatro y abro el roperito que está bajo la biblioteca (el que tiene las puertas con ese latón agujereado con una Flor de lis como las tapas de los radiadores antiguos) y busco entre los vinos que esperan ahí. Todo muy indigno del enólogo, pienso. Encima este es posta, como el gasista matriculado ¿se entiende? No de la manga de snobs pretenciosos que fingen y sacuden la copa (¿de blanco?) durante largos minutos y pronuncian alguna sentencia pelotuda que lejos de ilustrar lo que siento en la boca termina por arruinarme la noche. Lejos de eso.
Si bien la colección (pequeña) está bastante presentable intuyo que nada es apropiado. De repente lo veo ahí, el Brunello de Montalcino, pura uva Sangiovese esperando desde el 2005, viajando desde el viejo mundo, desde esa tarde que hicimos toda la ruta del Chianti y un poco más (esa en la que terminamos con los dientes violetas de tanto probar) hasta el año pasado en el que entró en el roperito debajo de la biblioteca.
Tengo mezclados los días, tengo mezcladas las uvas. La copa dice Panzano in Chianti. Todo se mezcla en mi cabeza. Por suerte me acuerdo de las cosas importantes. Me acuerdo el ruido del viento caluroso y pesado de esa tarde y también del ruido que hacían mis plataformas de corcho sobre las piedritas del camino que llevaba a la bodega, de las carcajadas imposibles, de las curvas del camino, de la luna esa última noche y de cómo se veía Firenze cada vez que nos alejábamos en el auto y cosas así.
La tercer botella se divide entre los cuatro. Parecen las bodas de Caná. ¿Esa era la de "las mejores para el final" o era simplemente el evento en el que el vino se reproduce con el agua que cae de los cántaros? Para el caso es lo mismo.
Busco la foto en la que estoy sentada, copa en mano en medio de la Toscana. Hace calor, muchísimo. Estoy contenta de haber elegido este vestido. Hay colinitas interminables con viñedos, ciprés, ciprés, ciprés como en una pintura renacentista, más allá un pueblito amurallado lleno de torres altísimas que trepamos con muchísimo esfuerzo y de recompensa nada más ni nada menos que una de las mejores vistas de Italia.
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