Intoxicada
Yo pintaba platos esa noche. Un día había visto una mina que lo hacía y como con todo, yo miro dos minutos y me creo (la mayoría de las veces engañada) que lo puedo hacer. De ser así hubiese sido patinadora, esas que hacen figuras caches sobre el hielo. Básicamente lo hice para levantarme a un chico que me gustaba. ¿Es que acaso existe alguna otra motivación que el sexo para hacer locuras? Entonces anoté los elementos que tenía que comprar, partí con mi listita y volví con miles de pigmentos en polvo de nombres maravillosos como “Azul de Prusia” que se tenían que mezclar con un aceite. Ponías el polvito en un plato, dejabas caer unas gotas del aceite, mezclabas con una espátula diminuta y estaba el esmalte listo para usar. En el plato blanco había dibujado en negro (a mano alzada) y con pincel fino iba pintando, llenando los espacios como un vitraux salvo que en el horno el negro desaparecería por completo. El aceite tenía un dejo a clavo de olor y alcanfor (fuerte) que te iba mareando a las pocas pinceladas. Obviamente yo pintaba con la tele encendida porque soy una artista a medias y siempre lo fui. En el noticiero pasaban el caso de un chiquito que se había caído en un pozo muy profundo en un barrio que ya no me acuerdo. Hacía horas ya estaban tratando de rescatarlo, pasando agua y no sé qué cosas más. Yo escuchaba de fondo y cada tanto levantaba la mirada del plato lleno de colores como para descansar del alcanfor y el clavo y veía las imágenes en la televisión.
Pinté muchas horas; la tele siempre de fondo. Cuando puse a secar el último plato, sacaron al chiquito del pozo. Estaba muerto. Hay varios olores a muerte en mi cerebro confundido. El alcanfor y el clavo de olor, por ejemplo.
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