Ayuno y abstinencia

Es la gloria, un virus estomacal que no duele demasiado y sin embargo no te permite comer por ¿dos, tres días? Y lo mejor de todo es que no tengo hambre, pero nada de nada. El médico de la guardia me toca la panza y va apretando en los lugares exactos en los que me duele como si fuesen botones. Arroz blanco y té con tostadas, Seven up light o Gatorade de manzana, ese es el universo alimenticio de los próximos días. No figura ni vino ni vodka ni nada. Desde el domingo solo una cucharada de arroz y dos cafés con leche. Me fui de la guardia con el papelito en la mano.
Me imagino el virus, es más, creo que lo conozco. Cuando estábamos en el colegio, la Sra. Rotelli, la de biología nos mandaba a buscar el Ville (un libro de texto gordo y grandote con fotos). Ir a buscar el Ville era toda una aventura. Había que caminar a hasta la biblioteca que estaba en la otra punta del colegio y acarrear los libros. Estaba garantizado que el trayecto al Library te zafaba de al menos diez minutos de clase con la Rotelli. Cuando los repartíamos yo iba siempre a la misma página, la de la señora con bocio e hipertiroidismo avanzadísimo. Tenía los ojos saltones y cara de loca, daba miedo. Calladita se la señalaba a mi compañera de banco y nos moríamos de risa. La señora con bocio se había convertido en un clásico. Después buscaba reproducción sexual y asexual y siempre me desilucionaba con la mitosis y la meiosis y cero desnudos. En las clases en las que ya el aburrimiento me vencía buscaba la foto de la Tenia Saginata y me imaginaba el alien creciendo adentro del cuerpo del enemigo. Había que matar las horas.