Death and the Maiden
Camino de vuelta de mi reunión en quién sabe qué barrio, en un taxi de esos con puerta corrediza que hay que abrir con cancha, me doy la última capa de esmalte transparente porque ayer no llegué a terminar el "final coat" que hace que duren más impecables. Toca uno de esos tacheros charlatanes que va relatando los obstáculos que encuentra por el camino. Como no me dice nada del esmalte, no le digo nada de la charla compulsiva y convivimos en paz. En la esquina hay un patrullero enfrentado con otro y dos oficiales que están colgando esas cintas de plástico amarillo CSI. ¿Crime scene? No podemos saberlo aún. Faltan unos metros.
-Un muerto, dice el tachero.
Miro la vereda casi sin querer. Ahí está. Es un hombre, tapado con bolsas de consorcio grises y apenas asoman unos zapatos de abuelo. Por lo demás, no puede verse nada. No hay sangre. El señor tiene una pierna cruzada sobre la otra y de no ser porque está muerto, si sólo viese eso me imaginaría que también tiene los brazos tirados hacia atrás y se sostiene la cabeza con las manos como tomando sol. Descansando un rato. Pero no, está muerto. La posición de los pies me confunde. Tengo todavía el esmalte en las manos y lo guardo a pesar de que me faltan 3 uñas de la mano derecha, la más difícil porque la pintás con la izquierda y no tengo la misma motricidad fina. No puedo seguir, claro. Pienso en el señor. ¿Le avisarán a la familia?
-Se debe haber descompuesto en la calle, dice el tachero. Parece un hombre mayor.
Lo dice por los zapatos, por esas puntas que asoman. También podría ser un hombre joven con zapatos de viejo pero jamás lo sabremos. Guardo el esmalte.
Yo almuerzo con Coco en la barra de Tancat apretujada entre Coco y un turista chino que paga con tarjeta y me relojea con el espejo. La familia ya debe estar enterada supongo. Después se sienta uno que se cree el rey de los cheroncas y masca chipirones con su hija mientras repite dos o tres veces que es "mosquero, pescador de truchas". No sé si trata de impresionarnos pero lo ignoramos. La cercanía de la barra de Tancat es un poco promiscua. Si Coco no me hablase podría escuchar perfectamente lo que el señor le cuenta a su hija, tienen una empleada que se llama Melchora y tiene "poca onda". La señora mayor del lado de Coco pregunta si el plato que pidió tiene champiñones. Ya le pegó dos bocados a las especialidades de la barra.
-Porque soy alérgica.
-Esos son champiñones rebozados, señora -dice el mozo- figura en el menú. Y le señala unas bolitas empanadas.
-Ya me comí una. Voy a morir. ¡Me muero!
La señora se enfurece y manda su plato de vuelta. Es sabido que una de las especialidades de la barra de Tancat son esos champiñones. Tarde pía Madame.
El mozo corre dertrás de la barra con un nuevo plato. Y por supuesto, Madame no muere.
-Un muerto, dice el tachero.
Miro la vereda casi sin querer. Ahí está. Es un hombre, tapado con bolsas de consorcio grises y apenas asoman unos zapatos de abuelo. Por lo demás, no puede verse nada. No hay sangre. El señor tiene una pierna cruzada sobre la otra y de no ser porque está muerto, si sólo viese eso me imaginaría que también tiene los brazos tirados hacia atrás y se sostiene la cabeza con las manos como tomando sol. Descansando un rato. Pero no, está muerto. La posición de los pies me confunde. Tengo todavía el esmalte en las manos y lo guardo a pesar de que me faltan 3 uñas de la mano derecha, la más difícil porque la pintás con la izquierda y no tengo la misma motricidad fina. No puedo seguir, claro. Pienso en el señor. ¿Le avisarán a la familia?
-Se debe haber descompuesto en la calle, dice el tachero. Parece un hombre mayor.
Lo dice por los zapatos, por esas puntas que asoman. También podría ser un hombre joven con zapatos de viejo pero jamás lo sabremos. Guardo el esmalte.
Yo almuerzo con Coco en la barra de Tancat apretujada entre Coco y un turista chino que paga con tarjeta y me relojea con el espejo. La familia ya debe estar enterada supongo. Después se sienta uno que se cree el rey de los cheroncas y masca chipirones con su hija mientras repite dos o tres veces que es "mosquero, pescador de truchas". No sé si trata de impresionarnos pero lo ignoramos. La cercanía de la barra de Tancat es un poco promiscua. Si Coco no me hablase podría escuchar perfectamente lo que el señor le cuenta a su hija, tienen una empleada que se llama Melchora y tiene "poca onda". La señora mayor del lado de Coco pregunta si el plato que pidió tiene champiñones. Ya le pegó dos bocados a las especialidades de la barra.
-Porque soy alérgica.
-Esos son champiñones rebozados, señora -dice el mozo- figura en el menú. Y le señala unas bolitas empanadas.
-Ya me comí una. Voy a morir. ¡Me muero!
La señora se enfurece y manda su plato de vuelta. Es sabido que una de las especialidades de la barra de Tancat son esos champiñones. Tarde pía Madame.
El mozo corre dertrás de la barra con un nuevo plato. Y por supuesto, Madame no muere.
Labels: Taxi Riding
5 Comments:
Como venimos, eh! Afilada la chica.
Fuerte
"Como no me dice nada del esmalte, no le digo nada de la charla compulsiva y convivimos en paz."
Eso sí que está bueno.
Tancat también está bueno.
Pena que Madame no murió.
naciste escritora
muy buen relato, charlotte. casi que uno espera que siga.
bueno, en realidad, sí sigue. así que habrá que volver a leerte.
buen año!
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