Criminal Minds

Yo tengo unas mentas en el balcón, tres tipos. No las sé identificar bien pero las conozco. Sé que unas van mejor para té, otras con las carnes y unas son las que te ponen encima de un postre antes de rociártelo todo con azúcar impalpable y marcarte tres rayas en chocolate en Palermo Jaliwu. Estas últimas son las que saco del plato con dos deditos. Porque a mí la menta en sí no me gusta, me gusta la idea de la menta o sólo en un té. No tolero una DRF por ejemplo, un Mentholyptus directamente me puede matar y ni hablar cuando la combinan con chocolate. Un After Eight para mí es una combinación criminal más allá de que el 90% de la población mundial del mundo conocido diga lo contrario, a mí me repugna.
La cuestión es que las mentitas están en fila en mi balcón francés, ese mismo en el que no te podés parar si calzás más de 38. Primero flotaron en agua y hace un tiempo pasaron a tierra, como los muertos. Yo las miro, las riego, les cuento las hojitas. Un día vino un amigo a casa con la idea de preparar mojitos. Yo tenía la botella de Havana Club, el azúcar, el agua con gas, los vasos, el hielo. Todo menos la menta. El se asomó a mí balcón y atinó a señalar a las chicas con el dedo.
-¿Esas son mentas? Sacamos de ahí de última.
No contesté. Es como si le hubieses pedido a Heidi que te entregue a Copo de Nieve porque te cayeron los muchachos a comer y estás corto de carne y ya cerró Jumbo. Criminal.