Restart

Salgo de casa creyéndome Carrie pero en realidad a las pocas cuadras me doy cuenta que me parezco más a Andrea del Boca después de que la agarró su hermana y vestuarista Anabella (que claramente la odiaba).
Jogging gris, remera blanca, all stars, tapado de piel y una cartera cargada con todos los petates de pintura porque hoy me tocó la divertida tarea de pintar las mesas nuevas. En vez de guantes de latex llevo los que vienen con el kit de tintura de Blondissimes de LÓreal que vengo acumulando hace años. Cualquier salida de la rutina me entretiene.
Me trepo al 111 porque el subte ya no me deja en mi lugar de trabajo. Trabo dos monedas de diez centavos en la ranurita y provoco algo parecido al Armagedón. El chofer para el vehículo, saca una pinza, la gente se acumula en la entrada, una imbécil me grita y otra pasajera trata de adelantarse hasta que la freno en seco con una pierna. Pone cara de desesperación y hace un ademán como de “te pegaría” y me mira con los dientes cerrados como un pekinés neurótico.
-¿Perdón, vas a pegarme, loca de mierda? Primero pagá el boleto y después seguí para atrás- le digo.
La señorita puteó y caminó a los empujones hasta el final del colectivo. La parejita que se hacía arrumacos me miró y oí que la chica decía: Recién salidita del borda. Al novio le dió un poco de verguenza y yo la miré fijo y me ví muy tentada de decirle que no diga esas cosas, que ¿dónde había visto una loca tan linda?(las locas NO son lindas, van sucias y se tiñen los pelos de raros colores), que las locas no andan con carteras de Peter Kent, que hasta su novio me miraba con ganas de querer darme unos besos y que si quería nos pegábamos un rato pero con cuidado porque yo hacía Kick Boxing.
Me imaginé reduciendo a la poca cosa al suelo, quebrando su estabiliad con un golpe en las rodillas, agarrándole los dos brazos por atrás y pisando un poco su cuello con una All Star mientras le preguntaba: ¿Qué dijíste nena, qué dijíste?
Mis fantasías duraron unas cuadras hasta que me bajé del colectivo porque estábamos en mi parada. Entonces, ya en la calle, miro hacia atrás y hago contacto visual y ahí nomás levanto una mano impecable, con una manicure perfecta, bajo cuatro dedos y le muestro uno grande y triunfante por varios segundos, mientras les soplo un beso a los dos. Una princesa.