Chiquiteces

Cuando fui Sleeping Beauty dormí la mayoría del play como era de esperarse de la joven princesa y después, apenas abría los ojos una vez que el Príncipe fingía que me besaba, decía dos líneas:
-Oh, my Prince, my sweet Prince.
Y simplemente me levantaba y caminaba hacia el trono chiquito entre el rey y la reina y me sentaba. Bajada de telón. Aplausos.
Cualquier aspirante a actriz hubiese ambicionado un protagónico con algunas líneas más. Sin embargo, fui la envidia de 6to grado. Y para arriba y para abajo también. El vestido era de broderie blanco hasta el suelo que se movía cuando caminabas y con un lazo enorme color rosa Dior que atrás era un moño que también caía hasta el suelo y dejaba entrever las puntas de unas zapatillas de baile de media punta de raso. Podías robarte al público con tu encanto o conformarte con un lindo vestido. Me venía bien cualquiera de las dos opciones.
Esa mañana antes de salir Toti agarró su Nikkon, me dijo “ponete ahí y hacé caras”. Cuando veo la foto me toco el lunar a la izquierda que vino conmigo de fábrica y me puedo acordar perfectamente cómo siguió el día. Antes de irnos los tres en el Taunus Cupé, nos quedamos un rato en la puerta de casa, hice algunas caras como me pidieron, me reí un poco y me quejé otro rato pero con esa queja de me hago la tonta que no me gusta pero me encanta; esa técnica que una perfecciona con los años.
Y posé.