La tía Mimí
Mis padrinos vivían en pleno Belgrano R y tenían un setter irlandés color ladrillo que se llamaba Silvestre y que fue el perro que me enseñó a no tenerle más miedo a los perros. Porque Silvestre era casi una persona; hablaba con los ojos y se reía así con dientes y todo y te llevaba de la manga del sweater cuando te quería mostrar algo. Lo único complicado era que cuando se emocionaba de verme se me tiraba encima y me volteaba porque yo era muy chiquita, mucho más chiquita que el.
Mi madrina es chaqueña entonces el protocolo chaqueño indicaba que yo la llamase "la tía Mimí" y a mí padrino, "el tío Roberto" con los artículos por delante que yo respetaba a rajatabla como si fueran las reglas de un nuevo idioma.
En ese departamento gigante de Belgrano había cuartos que eran directamente una cueva con tesoros. Mi madrina guardaba metros y metros de telas que traía de viajes y me las prestaba para jugar dejándome que me enrolle en saris y tules exóticos. Durante gran parte de mi infancia, mi disfraz preferido fue el camisón de raso de seda rosa Dior que había usado en su noche de bodas. Tenía tiritas finitas y toda la parte del escote en gasa del mismo color con apliques de la tela. A mí me quedaba perfecto con un collar de perlas falsas que hacía que cuelguen sobre la espalda. El único inconveniente era que aún con tacos prestados, lo arrastraba por todos lados y dado el entusiasmo que me provocaba andar así vestida, cada dos o tres pasos me pegaba un porrazo enredada entre las telas.
La otra razón para las frecuentes visitas a la casa de mis padrinos eran los baños. Habían reacondicionado los dos baños principales de la casa con bañaderas tipo romanas que cuando las llenabas (a mis 6 ó 7) el agua te llegaba hasta los hombros y podías nadar dos o tres brazadas o quedarte flotando. Para mí eso era lo equivalente a una pequeña pileta climatizada y podía pasarme horas buceando la jabonera de bronce en el fondo que era justamente de esos caracoles dorados que abajo del agua, cuando la veías, era lo más parecido a haber encontrado el tesoro pirata.
Al rato me venían a rescatar con los dedos arrugados y se terminaba todo cuando mi madrina me sentaba en el inodoro y con un peine me iba desenredando el pelo que siempre estaba lleno de nudos cerca de la nuca. Y dolía.
-Dejalo así mejor.
-No, porque después mañana es peor.
Yo suspiraba con resignación mientras Silvestre lamía las gotas que iban cayendo al suelo y miraba con cara de entender exactamente lo mal que la estaba pasando.
Mi madrina es chaqueña entonces el protocolo chaqueño indicaba que yo la llamase "la tía Mimí" y a mí padrino, "el tío Roberto" con los artículos por delante que yo respetaba a rajatabla como si fueran las reglas de un nuevo idioma.
En ese departamento gigante de Belgrano había cuartos que eran directamente una cueva con tesoros. Mi madrina guardaba metros y metros de telas que traía de viajes y me las prestaba para jugar dejándome que me enrolle en saris y tules exóticos. Durante gran parte de mi infancia, mi disfraz preferido fue el camisón de raso de seda rosa Dior que había usado en su noche de bodas. Tenía tiritas finitas y toda la parte del escote en gasa del mismo color con apliques de la tela. A mí me quedaba perfecto con un collar de perlas falsas que hacía que cuelguen sobre la espalda. El único inconveniente era que aún con tacos prestados, lo arrastraba por todos lados y dado el entusiasmo que me provocaba andar así vestida, cada dos o tres pasos me pegaba un porrazo enredada entre las telas.
La otra razón para las frecuentes visitas a la casa de mis padrinos eran los baños. Habían reacondicionado los dos baños principales de la casa con bañaderas tipo romanas que cuando las llenabas (a mis 6 ó 7) el agua te llegaba hasta los hombros y podías nadar dos o tres brazadas o quedarte flotando. Para mí eso era lo equivalente a una pequeña pileta climatizada y podía pasarme horas buceando la jabonera de bronce en el fondo que era justamente de esos caracoles dorados que abajo del agua, cuando la veías, era lo más parecido a haber encontrado el tesoro pirata.
Al rato me venían a rescatar con los dedos arrugados y se terminaba todo cuando mi madrina me sentaba en el inodoro y con un peine me iba desenredando el pelo que siempre estaba lleno de nudos cerca de la nuca. Y dolía.
-Dejalo así mejor.
-No, porque después mañana es peor.
Yo suspiraba con resignación mientras Silvestre lamía las gotas que iban cayendo al suelo y miraba con cara de entender exactamente lo mal que la estaba pasando.
12 Comments:
Cuando escribís así yo me enamoro.
Lindo post.
A mí me mata esta forma que tenés de contar cosas tan pero tan sencillas y aparentemente poco importantes y la volvés "something worth telling". Eso, es un arte en sí mismo. Gracias.
que lindo relato! y mas con un setter, tuve dos. sé lo que contas, esa mirada.... lo dice TODO aun sin hablar.
Linda musicalidad tiene tu relato.
muy linda historia, ch. me llevó en un pequeño viaje amí también a otras casas y otros perros y otros tíos y otros 6 ó 7 años.
otra vez sopa: qué lindo contás!
Miraste fotos y te está por venir, no? Besitos, dulce
T.
Es muy hermoso lo que y como lo contas, la sensilles en las palabras logran algo majestuoso que se puede tocar con los dedos.
Desde una habitacion en la joven Buenos Aires te dejo un calido beso
qué entrañable. Qué mágica la seguridad de los objetos. Yo estoy vaciando la casa de mi madre que se murió, y tengo experiencias parecidas estos días todo el tiempo.
"después mañana" no es del todo correcto pero es re-´coloquial y obviamente válido. Estoy casi seguro de que la tía debe haber pronunciado exactamente esas palabras.
El relato parece narrado por una nena que súbitamente se volvió grande. ¿Será así de verdad?
Muy bueno.
Cómo me gusta leerte...
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