Primavera permanente y duelo de otoño.
Acuña de Figueroa es algo como lo que queda del mercado de flores que fue. A las 9 de la noche las veredas están todas mojadas y soy muy conciente de que se me va a mojar el dobladillo del jean que está pensado para botas altas y no las All Star negras que tengo puestas. No importa, es agua, pienso. No es como el agua de Chinatown del sábado que tiene pescado, agua de pescado que no quiero pegada a mi jean. Los puestitos de flores no terminan más pero parece que hay uno en especial y allá vamos. El pedido está listo y cargamos en un cajón enorme los lisianthus, los alelís, San Vicentes y pido permiso para entrar en la cámara frigorífica del fondo. No me lo quiero perder.
Abren la puerta enorme de metal que debe pesar una tonelada y cuando entro siento que puedo congelarme en los siguientes 3 minutos si no me muevo. Hay doscientos millones de rosas colombianas empaquetadas, apretaditas y de todos los colores y otras que voy reconociendo de a una y si no pregunto. El resto es un misterio y me dan ganas de tocarlas a todas. No importa la época del año esta heladera gigante siempre tiene flores.
Me gusta una vara de narciso larga que huelo con nariz diminuta pero potente y después me doy cuenta que me gusta el perfume y no me gusta la flor. Nada. No me lo llevo. Hay demasiado y no puedo elegir.
Sueño con un caballo enterrado en la arena y siento cómo me quema las manos mientras lo desentierro y le veo la nariz, veo como se abren las fosas nasales y respira y el olor dulce del aliento del caballo que resolpla. Desentierro más rápido y se para. Tambaleante. Está parado en sus cuatro patas pero es una yegua.
-Es una yegua preñada.
Grito.
Ahí nomás pare un potrillo, chiquito y negrito que se para y me sigue medio inseguro.
-No lo toquen, les digo, que va a tener olor y la mamá no lo va a reconocer.
Siempre me acuerdo lo mucho que le pudre a Chechus la gente que cuenta sus sueños. Me río. Hago un notita mental para no contarle.
Caminando por Charcas me seco un poco las últimas lágrimas y tiro el Kleenex en el kiosco cerca de lo del Sr. Transferencia. Ya no estoy llorando pero siguen goteando por el envión supongo. Nada es grave. Lloro porque tengo ojos. Creo que acabo de dejar un pedazo de mí misma por ahí tirado que alguien se encargará de enterrar. O no. De todas maneras no me sirve, me sirvió durante un tiempo, pero ya no.
Yo, por lo pronto, sigo caminando, pienso que a veces te toca auto enterrarte y me acuerdo que es un duelo de otoño.
Abren la puerta enorme de metal que debe pesar una tonelada y cuando entro siento que puedo congelarme en los siguientes 3 minutos si no me muevo. Hay doscientos millones de rosas colombianas empaquetadas, apretaditas y de todos los colores y otras que voy reconociendo de a una y si no pregunto. El resto es un misterio y me dan ganas de tocarlas a todas. No importa la época del año esta heladera gigante siempre tiene flores.
Me gusta una vara de narciso larga que huelo con nariz diminuta pero potente y después me doy cuenta que me gusta el perfume y no me gusta la flor. Nada. No me lo llevo. Hay demasiado y no puedo elegir.
Sueño con un caballo enterrado en la arena y siento cómo me quema las manos mientras lo desentierro y le veo la nariz, veo como se abren las fosas nasales y respira y el olor dulce del aliento del caballo que resolpla. Desentierro más rápido y se para. Tambaleante. Está parado en sus cuatro patas pero es una yegua.
-Es una yegua preñada.
Grito.
Ahí nomás pare un potrillo, chiquito y negrito que se para y me sigue medio inseguro.
-No lo toquen, les digo, que va a tener olor y la mamá no lo va a reconocer.
Siempre me acuerdo lo mucho que le pudre a Chechus la gente que cuenta sus sueños. Me río. Hago un notita mental para no contarle.
Caminando por Charcas me seco un poco las últimas lágrimas y tiro el Kleenex en el kiosco cerca de lo del Sr. Transferencia. Ya no estoy llorando pero siguen goteando por el envión supongo. Nada es grave. Lloro porque tengo ojos. Creo que acabo de dejar un pedazo de mí misma por ahí tirado que alguien se encargará de enterrar. O no. De todas maneras no me sirve, me sirvió durante un tiempo, pero ya no.
Yo, por lo pronto, sigo caminando, pienso que a veces te toca auto enterrarte y me acuerdo que es un duelo de otoño.
Labels: Charlotte on Smells, En pleno ejercicio de mis capacidades neuróticas, Mambo Nr. 5, The Couch
10 Comments:
LA REPUTA MADRE!! QUE BIEN ESCRIBIS, CHE.
Shorona.
Me gustó ese sueño. La idea de "levantar al muerto", que se ponga a andar y dé frutos.
Podría ser la parte suya que quedó por ahí tirada, transformada en el potrillo que arranca ávido de avanzar al trote.
Bien, bien, bien. Un clásico Charlotte Papers de los que me gustan.
tan bien escrito, tan vos.
duelo de otoño
los sueños del otro siempre son un plomo, lo lindo es contar sueños uno, no tener que oirlos, estoy con Chechus
Muy bueno! Amo leer lo que escribís. Es genial, es parte de mi rutina diaria.
"...Troubled in their dreams again..."
Gracias.
Jajjaa, FedX. Exacto.
Clap Calp Clap Clap
♥
_Ppp
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